Serían sobre las cuatro de la tarde de un domingo a finales
de mayo .Un día precioso.
De repente alcé la vista al cielo por la parte de La
Helechosa, a mi derecha, y vi una pequeña nube muy negra que se desplazaba
fugaz sobre nosotros hasta perderse en la lejanía, camino del mar
.
Lo vi todo negro, oscuro, como si fuese de noche por un par
de minutos.
Temblé y a duras penas contuve las voces de miedo, las
expresiones de pánico, el llanto.
Algo quería decir
aquel fenómeno extraño, no lo supe entonces ni lo sé ahora, pero temo
que algún día lo sabré.
De todos modos, la visita al Negrito trajo una curación
inmediata ,aparentemente sólida, pero efímera al fin.
Cuatro días felices, un antes y un después dentro de aquel
valle de lágrimas
.
Desde entonces, la espera del triste desenlace era quizá más
triste que el propio desenlace en sí.
No era fácil en aquellos tiempos reunir a la familia, los
vecinos ayudaban lo que podían pero Gaspar estaba desesperado
.
Y José Manuel a sus
catorce años no le servía para mucho
.
El médico avisó a Gaspar sobre lo que iba a suceder en diez
meses, mes arriba, mes abajo.
¿Qué hacer?. Porque los hijos mayores estaban en La
Argentina y no podían viajar de un día para otro.
Y la tercera hermana se había casado con un rico de
Serandi,en el Valle de Fontoria.
Quince kilómetros no son mucho ahora, pero sí lo eran
entonces, y más si la preocupación de un rico de minifundio es que Dios le dé
salud para trabajar día y noche sin parar .Y el cuñado de José Manuel era de
esa estirpe, así que su hermana pocas veces obtenía permiso para visitar a la
madre moribunda, y menos aún a cuidarla alguna noche en su triste y tasada
espera.
Gracias a Dios, siempre queda algún alma caritativa.
María Jovita, de La Helechosa, se había ofrecido tácitamente a
venir todas las tardes a dar ánimos.
Y, más explícitamente, siempre que fuese
menester.
María trataba de consolar a Ermelinda .De calmarla.
Porque al cáncer de los últimos años se sumaban los nervios
de siempre.
Los nervios , que quieren decir muchas cosas: depresión,
temor, angustia, ansiedad, bipolaridad, locura…….
Y cuando una mujer débil y moribunda observa desde
doscientos metros la humillación a su marido, las voces, las imprecaciones……….,
se disparan todas las constantes.
Detrás del cristal al principio, con la ventana abierta
después, lo contempló todo: aquel recio jinete que había conseguido vencer las
reticencias de sus padres, deseosos de casarla con alguien más asentado y más
rico pero menos seductor, y del que ella se había enamorado locamente, con la
doble locura del amor y de la enfermedad, era de repente alguien que lloraba
humillado, vejado.
Sólo lo había visto llorar en los funerales de sus padres y en el de un hermano también
muerto de cáncer.
Gaspar, sin decir palabra, desenganchó el carro .El hijo
ayudó al padre a desuncir las vacas sin que su padre, serio, lívido, se lo
ordenase.
Las vacas, sedientas,
se saciaron en el abrevadero del corral, antes de correr prado abajo, más
ansiosas de libertad que de pasto.
Gaspar tiró con rabia el yugo y los accesorios sobre el carro y entró a la cuadra a soltar
las otras dos vacas.
¡Sube a ver a tu madre!, ordenó Gaspar. Y
José Manuel subió temblando.
¡Ay, hijo del alma, qué será de nosotros! .El muchacho se acercó a la cama, porque
Ermelinda, muy débil, no pudo aguantar ya más tiempo de pie y se había vuelto a
acostar.
L a enferma abrazó fuertemente a su hijo, le besó en la cara
, y las lágrimas del adolescente se mezclaron con las de la madre.
José Manuel, tímido, insulso, no era muy dado a las
expresiones afectivas .Pero las circunstancias eran las que eran.
La mano de María Jovita sobre la espalda le transmitió una
cierta fuerza.
¡Dios no nos abandonará!. ¡ No sería justo!. ¡Somos buena
gente!, asentada reflexión de María , al menos para los pobres inocentes.
Parece que para otros, ese enunciado tiene más o menos el
valor de las promesas electorales: ninguno.
Gaspar se asomó a la puerta del cuarto.
¿Cómo estás?, preguntó desganado.
Ermelinda estalló en
sollozos y lamentos.
¿Por qué nos pasa esto?. ¿Por qué no les dijiste que tú eras
de Franco, que es la verdad?.
¡Vale, vale, sigo haciendo cosas!, y el hombre salió hacia
la puerta de la casa.
¡Gaspar, no tardes!, dijo María.
¡He preparado algo de merienda…….!, María era una gran
cocinera, pero en aquel momento Gaspar no estaba para exquisiteces culinarias.
¡Voy a buscar al Rubio!, y el desgraciado ex luchador
franquista se dirigió hacia La Reguera
de Enmedio, para luego cruzar la carretera e internarse en El Castañal del
Regueirón, a donde José Manuel había
llevado al potro, al Rubio, para que se entretuviese mordisqueando los tojos y
las retamas entre los árboles.
Aquella tarde, María decidió acompañar a Ermelinda hasta que
llegase su hijo Paco.
Paco trabajaba de repartidor en las grandes ciudades del
centro de la región, pero tenía dos días libres, así que aprovechaba para que su madre le arreglase la ropa, le
añadiese provisiones que completarían en cantidad y en sabor los platos insípidos
que servían en los restaurantes de carretera, y, lógicamente, para no oír por setenta y dos horas otros
sonidos que los de una aldea feliz.
“Salía en el autobús de las ocho, así que llegará sobre las diez de la noche. Así que lo
esperaré aquí,” comentó María.
Los dos kilómetros de espeso arbolado por los que transcurría el camino de La
Helechosa, no eran un paseo habitual
después de las ocho de la tarde, por miedo a peligros reales o imaginarios.
Los días eran aún largos, pero la incipiente oscuridad daba
un cierto aire de amenazadores a los ruidos de las ramas que el suave viento
mecía, a los uh, uh, uh, uh, a veces difusos, otros muy próximos, de las lechuzas, símbolo del mal
agüero en aquellas tierras, al repelente chillido de la raposa, al imaginario
aullido del lobo, que ponía los pelos de punta sólo de pensar en él.
Con Paco, María se olvidaba de los miedos y disfrutaba del
paseo en la penumbra y con el suave
frescor del entre azul y medianoche.
Así que la buena mujer se concentró en ayudar en aquella
casa donde tanto podía hacer.
Ya habían pasado más de dos horas de la ausencia de Gaspar.
José Manuel, con la ayuda de María, guardó las vacas.
La buena señora le tranquilizó:! no te preocupes, que como
está Paco me quedaré aquí hasta que venga
tu padre, y os ayudaremos a preparar el ordeño!.
De pronto, sintieron al Rubio cruzar a todo galope la
Reguera de Enmedio, La Campa Grande de
los vecinos, y plantarse directamente delante del bebedero junto a la casa.
Gaspar no lo cabalgaba y se dispararon todos los miedos.
“¿Dónde estará Gaspar?, preguntó Paco, que ya había venido
para recoger a su madre.
¡Raro que él se deje tirar por un potro manso y penco!”.
Gaspar era un consumado jinete.
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