¡Si no se salen ustedes, me salgo yo!, y Don José retrocedió
hacia la puerta, abrumado por el ruido de aquella multitud de mujeres que
rodeaba a la enferma.
José Manuel era el único elemento masculino de la
habitación.
Como era habitual en aquellos casos en las aldeas, todos
querían cumplir acudiendo a la casa mortuoria, y quizá por instinto, pronto se
olvidaban las frases de pésame, los besos y abrazos, ora de Jesucristo ora de Judas, los llantos sinceros o
fingidos, y comenzaban las conversaciones
en voz alta, los negocios, las murmuraciones, los amoríos, las amenazas.
Quizá el sentido
panteísta que portaban los genes de aquella sociedad, si bien en sincretismo
con las prédicas del cura, incitase a despedirse del muerto con una
actitud ante su cadáver como si
simplemente fuese a partir para Las
Américas, un destino para el que todos tenían billete , un lugar en el
que todos habían sido engendrados.
¡Borriquinas ,borriquinas!!Venid conmigo a rezar unos
responsos por el pobrín de Gaspar!, exclamó Don Francisco, encauzando la
situación.
Todos, más bien todas, ya que los hombres habían salido a
fumar a la campa, acudieron en tropel detrás del párroco, y se amontonaron alrededor del ataúd que
había sido instalado en el salón.
Don José no se hubiese calmado del todo sin la aparición
milagrosa de José Luis el Practicante y
Partero ,que formaba con el
doctor el Equipo Médico Habitual de la comarca.
¡Menos mal que llegaste, Pepe!
“Perdone que no llegase antes , Don José, pero el parto de
la hija de Abel de Buspalín se me
complicó”.
El Practicante era un experto motorista, y con su vehículo
se desplazaba incluso a lugares cuya vía
de comunicación era un simple sendero para caballos.
¿Pero arreglaste la
situación?, preguntó Don José, abrumado otra vez-así era él, bipolar-por si las
complicaciones de la parturienta le afectasen a él, como responsable máximo de
la atención sanitaria de la zona.
¡Sí, todo perfecto!.!Es un niño precioso!
¡Menos mal!.!Porque aquí tenemos faena!
¡Sí, Ya veo!
¡Para empezar ponle un calmante a esta chica!.!El que tú
consideres más adecuado para una embarazada!
Luisina ,cuyos lamentos por la muerte de su padre, y por la
gravedad de su madre, retumbaban en todo el contorno, se calmó repentinamente al oír la conversación entre
el facultativo y su subordinado.
¡Por favor, no me duerman!.!Quiero estar lista junto a mi madre para ayudarle en todo!
José Manuel, que se sentaba al lado opuesto de la cama, muy apagado ,a l
igual que su madre, sintió un repentino temor a que también le pinchasen a él.
Recordó las dolorosas vacunas en la escuela de La Helechosa,
aplicadas por José Luis y validadas por Don José, y se sintió enfadado consigo
mismo por traer a su memoria hechos del
pasado en las ocasiones menos oportunas.
¿Y tú, chaval, estás bien?, preguntó el médico mientras
el practicante, ayudado por María, la
única autorizada a quedarse allí, le ponía una inyección en el hombro, cerca
del cuello, a la embarazada.
¡Sí,……….señor!, contestó desganado el adolescente,
recordando añadir al final la palabra
,”señor” ,como le habían enseñado en la
escuela y en el convento.
¡Me alegro, ya eres un hombre!! Que buena falta hará pronto
aquí uno!
José Manuel se sintió,
por unos segundos, muy importante, pero
pronto la timidez y el apocamiento le recuperaron para el mundo de los
infelices.
¡María, ayúdeme a acostar a
la joven!, y practicante y
benefactora consiguieron poner sobre la otra cama de la habitación a una Luisa
Sofía a punto de entregarse en los
brazos de Morfeo.
¡Don José!.!Deme un buen morir, para estar pronto con mi marido!.!Pero a mis hijos
cúrelos, por favor!,y Don José alzó la cabeza hacia el techo, sorprendido por
la petición extraña, pero llena de
lógica, de Ermelinda, a la que estaba auscultando y haciendo otras
pruebas
.
¡Ermelinda, esté segura de que así será!, dijo el doctor,
mirando de reojo hacia el otro lecho
.
El practicante y María menearon sus cabezas de forma muy
significativa.
¡Pepe, tendremos que hablar con quien corresponda!, y el doctor
también meneó su cabeza.
A María le cayeron unos lagrimones, pero se limpió a toda
rapidez, y se dispuso a mantenerse firme ante lo que se avecinaba.
¡Quedaros fuera, borriquinas, que quiero hablar a solas con la enferma!, y el orondo clérigo se unió al
equipo médico para cumplir su parte.
¡Señor Cura, sus remedios son también bienvenidos!, y el
sacerdote evocó sus años en La Argentina, donde
como sacerdote, pero también como médico rural, incluso como veterinario
,recetó “remedios” a cuerpos y almas.
¡Te entiendo, Pepe!
Ah, Pepín, ¿cuándo llegaste?.!No te había visto hasta
ahora!.
Don Francisco llamaba
Pepe al doctor y Pepín al enfermero, aunque la definición popular fuese la de
Don José el Médico y la de Pepe el Practicante.
Mientras el Practicante recogía sus cosas, y aprovechando
una cierta tranquilidad-María se sentó junto a la enferma en el sitio que antes
ocupara Luisina-el galeno se dirigió muy discretamente al párroco, que también
había echado sus moscardones, más bien moscardonas, a volar.
-Don Francisco, ¿puedo hablar con usted?.
¡Sí, Pepe!.!Faltaría más!.
Cura y doctor se fueron a una esquina, lo más lejos posible,
que no mucho, del fragor de plañideras y charlatanes, que eran mayoría frente a
los pocos que de verdad compartían el dolor de la familia.
-Mire, Señor Cura, a Ermelinda le quedan a lo sumo dos
semanas.
¿Sí?.! Pobrina!. ¡Ahora pasaré a verla!
-A propósito, Don Francisco,¿ con quién de la familia podré
hablar?.Porque los hijos no creo que soporten la noticia ni puedan tomar decisiones.
Don José estaba manteniendo una templanza inusual en él,
pero la situación lo exigía.
De pronto, padre y madre, en sus cincuenta, se iban a morir,
un adolescente abúlico se quedaría huérfano, una preñada histérica ya no podría
apoyarse en su madre, siquiera fuese con algún consejo, alguna conversación, o
gozando ambas mutuamente de la presencia de un bebé, la madre y la abuela.
¡Yo creo que tendrás que hablar con el yerno, que se quedó
alumbrando a los guardias!!.Seguro que a ese borriquín, Dios me lo perdone, no
le va a temblar el pulso para decidir cualquier cosa!.
-“De acuerdo,Don Francisco.Si no le parece mal, bajaré con
Diógenes mientras usted sigue aquí completando la triste faena.
Y cuando regrese Cubanín de Brañagrande, ya me vuelvo a Las Navas.
Como usted es el que más abarca en este asunto, y encima sé que es un gran
amigo de la familia, y en especial del difunto,aquí le dejó el certificado de
defunción,el laudo decisorio forense, y una prescripción para que le traigan a
Ermelinda unos calmantes.
¡Ah, y antes de irnos, por si el cadáver hubiese de estar
insepulto más de treinta horas, que supongo que sí, Pepe le va a inyectar un
preparado especial pro-embalsamación!”.
¡Estás en todo, Pepe!.!Creo que el funeral lo celebraré pasado
mañana a última hora de la tarde!.
Don Francisco se asomó a la puerta de la casa un momento, y
llamó a Diógenes, que en ese momento remataba con Juanón de Porciles la compra de un bosque entero de
castaños, robles y abedules.
-¡Eh!,! Diógenes!
¡Sí, Señor Cura!
-¡Acerca a Don José donde el lugar de los hechos, luego sin
prisa vuelves a recogerme, y no se te olvide decirle al borriquín del yerno que
suba lo antes posible!
¡A sus órdenes, mi
capitán!.!Perdón ,Pater, digo,Señor Cura!.
-¡Já,já, borriquín,Dios quiere que seamos irónicos y
espontáneos hasta en las situaciones más tristes!.
¡Sí,Don Franciscco!.!Aunque me dan ganas de llorar!!Porque
Gaspar era un amigo como hay pocos!.!Y encima alegre a pesar de los pesares!.
-¡Sí, tienes razón!.!Venga, ve con Dios!, y el cura regresó
con la moribunda, con sus hijos, la dormida y el asustado, y con una
benefactora, María, que aparentaba alegre aunque por dentro su lloro llevase el caudal del Nilo en los meandros de
Alejandría.
¡Tristes momentos .Dura vida!,exclamó Pepe/José Luis ante
Pablo y Leonardo, los dos primos más próximos afectiva y geográficamente de
Gaspar ,que contemplaron con
desconcierto cómo el Practicante inyectaba al cadáver.
.