EINSIEDL

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lunes, 16 de noviembre de 2015

SEIS PÁGINAS DE LA ARCADIA PERDIDA


¡Si no se salen ustedes, me salgo yo!, y Don José retrocedió hacia la puerta, abrumado por el ruido de aquella multitud de mujeres que rodeaba a la enferma.

José Manuel era el único elemento masculino de la habitación.

Como era habitual en aquellos casos en las aldeas, todos querían cumplir acudiendo a la casa mortuoria, y quizá por instinto, pronto se olvidaban las frases de pésame, los besos  y abrazos, ora de Jesucristo  ora de Judas, los llantos sinceros o fingidos, y comenzaban las conversaciones  en voz alta, los negocios, las murmuraciones, los amoríos, las amenazas.

Quizá  el sentido panteísta que portaban los genes de aquella sociedad, si bien en sincretismo con las prédicas del cura, incitase a despedirse del muerto con una actitud  ante su cadáver como si simplemente fuese a partir para Las  Américas, un destino para el que todos tenían billete , un lugar en el que todos habían sido engendrados.

¡Borriquinas ,borriquinas!!Venid conmigo a rezar unos responsos por el pobrín de Gaspar!, exclamó Don Francisco, encauzando la situación.

Todos, más bien todas, ya que los hombres habían salido a fumar a la campa, acudieron en tropel detrás del párroco,  y se amontonaron alrededor del ataúd que había sido instalado en el salón.

Don José no se hubiese calmado del todo sin la aparición milagrosa de José Luis el Practicante y  Partero ,que formaba  con el doctor el Equipo Médico Habitual de la comarca.

¡Menos mal que llegaste, Pepe!

“Perdone que no llegase antes , Don José, pero el parto de la hija de Abel de Buspalín   se me complicó”.

El Practicante era un experto motorista, y con su vehículo se desplazaba incluso a  lugares cuya vía de comunicación era un simple sendero para caballos.

¿Pero  arreglaste la situación?, preguntó Don José, abrumado otra vez-así era él, bipolar-por si las complicaciones de la parturienta le afectasen a él, como responsable máximo de la atención sanitaria de la zona.

¡Sí, todo perfecto!.!Es un niño precioso!

¡Menos mal!.!Porque aquí tenemos faena!

¡Sí, Ya veo!

¡Para empezar ponle un calmante a esta chica!.!El que tú consideres más adecuado para una embarazada!

Luisina ,cuyos lamentos por la muerte de su padre, y por la gravedad de su madre, retumbaban en todo el contorno, se calmó  repentinamente al oír la conversación entre el facultativo y su subordinado.

¡Por favor, no me duerman!.!Quiero estar  lista junto a mi madre para ayudarle en todo!

José Manuel, que se sentaba al  lado opuesto de la cama, muy apagado ,a l igual que su madre, sintió un repentino temor a que también le pinchasen a él.

Recordó las dolorosas vacunas en la escuela de La Helechosa, aplicadas por José Luis y validadas por Don José, y se sintió enfadado consigo mismo por  traer a su memoria hechos del pasado en las ocasiones menos oportunas.

¿Y tú, chaval, estás bien?, preguntó el médico mientras el  practicante, ayudado por María, la única autorizada a quedarse allí, le ponía una inyección en el hombro, cerca del cuello, a la embarazada.

¡Sí,……….señor!, contestó desganado el adolescente, recordando añadir  al final la palabra ,”señor” ,como le  habían enseñado en la escuela y en el convento.

¡Me alegro, ya eres un hombre!! Que buena falta hará pronto aquí uno!

José Manuel  se sintió, por unos segundos,  muy importante, pero pronto la timidez y el apocamiento le recuperaron para el mundo de los infelices.

¡María, ayúdeme a acostar a  la joven!,  y practicante y benefactora consiguieron poner sobre la otra cama de la habitación a una Luisa Sofía   a punto de entregarse en los brazos de Morfeo.

¡Don José!.!Deme un buen morir, para  estar pronto con mi marido!.!Pero a mis hijos cúrelos, por favor!,y Don José alzó la cabeza hacia el techo, sorprendido por la petición extraña, pero  llena de lógica, de Ermelinda, a  la  que estaba auscultando y haciendo otras pruebas
.
¡Ermelinda, esté segura de que así será!, dijo el doctor, mirando de reojo hacia el  otro lecho
.
El practicante y María menearon sus cabezas de forma muy significativa.

¡Pepe, tendremos que hablar con quien corresponda!, y el doctor también  meneó su cabeza.

A María le cayeron unos lagrimones, pero se limpió a toda rapidez, y se dispuso a mantenerse firme ante lo que se avecinaba.

¡Quedaros fuera, borriquinas, que quiero  hablar a solas con la  enferma!, y el orondo clérigo se unió al equipo  médico  para cumplir su parte.

¡Señor Cura, sus remedios son también bienvenidos!, y el sacerdote evocó sus años en La Argentina, donde  como sacerdote, pero también como médico rural, incluso como veterinario ,recetó “remedios” a cuerpos y almas.

¡Te entiendo, Pepe!

Ah, Pepín, ¿cuándo llegaste?.!No te había visto hasta ahora!.

Don  Francisco llamaba Pepe al doctor y Pepín al enfermero, aunque la definición popular fuese la de Don José el Médico y la de Pepe el Practicante.

Mientras el Practicante recogía sus cosas, y aprovechando una cierta tranquilidad-María se sentó junto a la enferma en el sitio que antes ocupara Luisina-el galeno se dirigió muy discretamente al párroco, que también había echado sus moscardones, más bien moscardonas, a volar.

-Don Francisco, ¿puedo hablar con usted?.

¡Sí, Pepe!.!Faltaría más!.

Cura y doctor se fueron a una esquina, lo más lejos posible, que no mucho, del fragor de plañideras y charlatanes, que eran mayoría frente a los pocos que de verdad compartían el dolor de la familia.

-Mire, Señor Cura, a Ermelinda le quedan a lo sumo dos semanas.

¿Sí?.! Pobrina!. ¡Ahora pasaré a verla!

-A propósito, Don Francisco,¿ con quién de la familia podré hablar?.Porque los hijos no creo que soporten la noticia ni puedan tomar decisiones.

Don José estaba manteniendo una templanza inusual en él, pero la situación lo exigía.

De pronto, padre y madre, en sus cincuenta, se iban a morir, un adolescente abúlico se quedaría huérfano, una preñada histérica ya no podría apoyarse en su madre, siquiera fuese con algún consejo, alguna conversación, o gozando ambas mutuamente de la presencia de un bebé, la madre y la abuela.

¡Yo creo que tendrás que hablar con el yerno, que se quedó alumbrando a los guardias!!.Seguro que a ese borriquín, Dios me lo perdone, no le va a temblar el pulso para decidir cualquier cosa!.

-“De acuerdo,Don Francisco.Si no le parece mal, bajaré con Diógenes mientras usted sigue aquí completando la triste faena.

Y cuando regrese Cubanín de Brañagrande, ya me vuelvo a Las Navas. Como usted es el que más abarca en este asunto, y encima sé que es un gran amigo de la familia, y en especial del difunto,aquí le dejó el certificado de defunción,el laudo decisorio forense, y una prescripción para que le traigan a Ermelinda unos calmantes.

¡Ah, y antes de irnos, por si el cadáver hubiese de estar insepulto más de treinta horas, que supongo que sí, Pepe le va a inyectar un preparado especial pro-embalsamación!”.

¡Estás en todo, Pepe!.!Creo que el funeral lo celebraré pasado mañana a última hora de la tarde!.

Don Francisco se asomó a la puerta de la casa un momento, y llamó a Diógenes, que en ese momento remataba con Juanón  de Porciles la compra de un bosque entero de castaños, robles y abedules.

-¡Eh!,! Diógenes!

¡Sí, Señor Cura!

-¡Acerca a Don José donde el lugar de los hechos, luego sin prisa vuelves a recogerme, y no se te olvide decirle al borriquín del yerno que suba lo antes posible!

¡A  sus órdenes, mi capitán!.!Perdón ,Pater, digo,Señor Cura!.

-¡Já,já, borriquín,Dios quiere que seamos irónicos y espontáneos hasta en las situaciones más tristes!.

¡Sí,Don Franciscco!.!Aunque me dan ganas de llorar!!Porque Gaspar era un amigo como hay pocos!.!Y encima alegre a pesar de los pesares!.

-¡Sí, tienes razón!.!Venga, ve con Dios!, y el cura regresó con la moribunda, con sus hijos, la dormida y el asustado, y con una benefactora, María, que aparentaba alegre aunque por dentro su lloro  llevase el caudal del Nilo en los meandros de Alejandría.

¡Tristes momentos .Dura vida!,exclamó Pepe/José Luis ante Pablo y Leonardo, los dos primos más próximos afectiva y geográficamente de Gaspar ,que  contemplaron con desconcierto cómo el Practicante inyectaba al cadáver.
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