lunes, 19 de octubre de 2015

TRES PÁGINAS DE LA REGUERA


Serían sobre las cuatro de la tarde de un domingo a finales de  mayo .Un día precioso.

De repente alcé la vista al cielo por la parte de La Helechosa, a mi derecha, y vi una pequeña nube muy negra que se desplazaba fugaz sobre nosotros hasta perderse en la lejanía, camino del mar
.
Lo vi todo negro, oscuro, como si fuese de noche por un par de minutos.

Temblé y a duras penas contuve las voces de miedo, las expresiones de pánico, el llanto.

Algo quería decir  aquel fenómeno extraño, no lo supe entonces ni lo sé ahora, pero temo que algún día lo sabré.

De todos modos, la visita al Negrito trajo una curación inmediata ,aparentemente sólida, pero efímera al fin.

Cuatro días felices, un antes y un después dentro de aquel valle de lágrimas
.
Desde entonces, la espera del triste desenlace era quizá más triste que el propio desenlace en sí.

No era fácil en aquellos tiempos reunir a la familia, los vecinos ayudaban lo que podían pero Gaspar estaba desesperado
.
Y José Manuel  a sus catorce años no le servía para mucho
.
El médico avisó a Gaspar sobre lo que iba a suceder en diez meses, mes arriba, mes abajo.

¿Qué hacer?. Porque los hijos mayores estaban en La Argentina y no podían viajar de un día para otro.

Y la tercera hermana se había casado con un rico de Serandi,en el Valle de Fontoria.

Quince kilómetros no son mucho ahora, pero sí lo eran entonces, y más si la preocupación de un rico de minifundio es que Dios le dé salud para trabajar día y noche sin parar .Y el cuñado de José Manuel era de esa estirpe, así que su hermana pocas veces obtenía permiso para visitar a la madre moribunda, y menos aún a cuidarla alguna noche en su triste y tasada espera.

Gracias a Dios, siempre queda algún alma caritativa.

María Jovita,  de  La Helechosa, se había ofrecido tácitamente a venir todas las tardes a dar ánimos.

 Y, más explícitamente, siempre que fuese menester.

María trataba de consolar a Ermelinda .De calmarla.

Porque al cáncer de los últimos años se sumaban los nervios de siempre.

Los nervios , que quieren decir muchas cosas: depresión, temor, angustia, ansiedad, bipolaridad, locura…….

Y cuando una mujer débil y moribunda observa desde doscientos metros la humillación a su marido, las voces, las imprecaciones………., se disparan todas las constantes.

Detrás del cristal al principio, con la ventana abierta después, lo contempló todo: aquel recio jinete que había conseguido vencer las reticencias de sus padres, deseosos de casarla con alguien más asentado y más rico pero menos seductor, y del que ella se había enamorado locamente, con la doble locura del amor y de la enfermedad, era de repente alguien que lloraba humillado, vejado.


Sólo lo había visto llorar en los funerales de  sus padres y en el de un hermano también muerto de cáncer.
Gaspar, sin decir palabra, desenganchó el carro .El hijo ayudó al padre a desuncir las vacas sin que su padre, serio, lívido, se lo ordenase.

Las vacas,  sedientas, se saciaron en el abrevadero del corral, antes de correr prado abajo, más ansiosas de libertad que de pasto.

Gaspar tiró con rabia el yugo  y los accesorios  sobre el carro y entró a la cuadra a soltar las otras dos vacas.

¡Sube a ver a tu madre!, ordenó  Gaspar. Y  José Manuel subió temblando.

¡Ay, hijo del alma, qué será de nosotros! .El  muchacho se acercó a la cama, porque Ermelinda, muy débil, no pudo aguantar ya más tiempo de pie y se había vuelto a acostar.

L a enferma abrazó fuertemente a su hijo, le besó en la cara , y las lágrimas del adolescente se mezclaron con las de la madre.

José Manuel, tímido, insulso, no era muy dado a las expresiones afectivas .Pero las circunstancias eran las que eran.

La mano de María Jovita sobre la espalda le transmitió una cierta fuerza.

¡Dios no nos abandonará!. ¡ No sería justo!. ¡Somos buena gente!, asentada reflexión de María , al menos para los pobres inocentes.

Parece que para otros, ese enunciado tiene más o menos el valor de las promesas electorales: ninguno.

Gaspar se asomó a la puerta del cuarto.

¿Cómo estás?, preguntó desganado.

Ermelinda  estalló en sollozos y lamentos.

¿Por qué nos pasa esto?. ¿Por qué no les dijiste que tú eras de Franco, que es la verdad?.

¡Vale, vale, sigo haciendo cosas!, y el hombre salió hacia la puerta de la casa.

¡Gaspar, no tardes!, dijo María.

¡He preparado algo de merienda…….!, María era una gran cocinera, pero en aquel momento Gaspar no estaba para exquisiteces culinarias.

¡Voy a buscar al Rubio!, y el desgraciado ex luchador franquista  se dirigió hacia La Reguera de Enmedio, para luego cruzar la carretera e internarse en El Castañal del Regueirón,  a donde José Manuel había llevado al potro, al Rubio, para que se entretuviese mordisqueando los tojos y las retamas entre los árboles.

Aquella tarde, María decidió acompañar a Ermelinda hasta que llegase su hijo Paco.

Paco trabajaba de repartidor en las grandes ciudades del centro de la región, pero tenía dos días libres, así que aprovechaba  para que su madre le arreglase la ropa, le añadiese   provisiones que completarían  en cantidad y en sabor los platos insípidos que servían en los restaurantes de carretera, y, lógicamente, para  no oír por setenta y dos horas otros sonidos  que los de una aldea feliz.

“Salía en el autobús de las ocho, así que llegará  sobre las diez de la noche. Así que lo esperaré aquí,” comentó María.

Los dos kilómetros de espeso arbolado  por los que transcurría el camino de La Helechosa,  no eran un paseo habitual después de las ocho de la tarde, por miedo a peligros reales o imaginarios.

Los días eran aún largos, pero la incipiente oscuridad daba un cierto aire de amenazadores a los ruidos de las ramas que el suave viento mecía, a los uh, uh, uh, uh, a veces difusos, otros muy  próximos, de las lechuzas, símbolo del mal agüero en aquellas tierras, al repelente chillido de la raposa, al imaginario aullido del lobo, que ponía los pelos de punta sólo de pensar en él.

Con Paco, María se olvidaba de los miedos y disfrutaba del paseo  en la penumbra y con el suave frescor del entre azul y medianoche.

Así que la buena mujer se concentró en ayudar en aquella casa donde tanto podía hacer.

Ya habían pasado más de dos horas de la ausencia de Gaspar.

José Manuel, con la ayuda de María, guardó las vacas.

La buena señora le tranquilizó:! no te preocupes, que como está Paco me quedaré aquí hasta que venga  tu padre, y os ayudaremos a preparar el ordeño!.

De pronto, sintieron al Rubio cruzar a todo galope la Reguera  de Enmedio, La Campa Grande de los vecinos, y plantarse directamente delante del bebedero junto a la casa.

Gaspar no lo cabalgaba y se dispararon todos los miedos.

“¿Dónde estará Gaspar?, preguntó Paco, que ya había venido para recoger a su madre.

¡Raro que él se deje tirar por un potro manso y penco!”.

Gaspar era un consumado jinete.










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