Quizá se refería a la
alimentación de su vaca o de su burro favoritos. No sé, pero me incomodaba el
no poder dar una respuesta a sus cuestiones.
De pronto me asusté: la incapacidad
lingüística iba a ponerme en un gran aprieto
Porque tres enormes perros con
unos ladridos terribles perseguían a tres muchachos como de diez-doce años que
se habían introducido con sus bicicletas al final del prado, lejos de la gente.
Los perros debían de ser los guardianes. Los arrapiezos pedaleaban como futuros
ganadores del Tour de Francia.
Observador el niño, petrificado
yo , esperamos a que pasasen los ciclistas. Pero,……¿y los canes gigantescos?
¡ Milagro ¡ :!se detuvieron!
Uno , el mayor de todos, lanzó el
último ladrido enseñándoles los dientes a los fugitivos…………”para otra aquí os
espero, ya veréis”…..y luego los tres se acercaron al niño, que les acarició,
les habló, y se tornaron mansos.
Yo temblaba. Pero el justiciero
se me acercó y le dije: Hallo, Hallo, alles gut…..poco más se me ocurría. Me olió a distancia y los tres se volvieron a su posición en la
frontera del prado con el bosque.
El niño esbozó un “ Wiederluegge” y puso pies en polvorosa buscando llegar a
tiempo para probar alguna “Delicatessen” de su abuela antes de que sus supongo
hermanos o primos hermanos le dejasen
sin nada. Yo, ya tranquilo, y prometiéndome aprender rápido el imprescindible alemán infantil,
canino y de segadores de yerba, continué lentamente. Al final del prado me detuve y con disimulo,
como que miraba al río y al bosque, observé la escena, visualizándola y
analizándola lo más posible: todos se sentaban en torno a la cesta de la Oma,
de la Grossie, de la abuelita. Todos, hasta el hombre de la guadaña, que yo
interpreté-¡ay, mis interpretaciones¡-como el tío abuelo solterón que realiza
actividades menores o, quién sabe, un viejo criado de la familia.
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