-¡A ver, Pepín, asércate y échame una firma!.La voz del
Bigotazos, el guardia primero Alfonso Barrán, sonaba imperativa .Su compañero,
también bigotudo, el lucense Manuel Sardiñas, inofensivo, decían, pese a su
corpachón de gigante, sonreía pasivamente, mientras su superior sacaba de la
bolsa de cuero un bolígrafo y un cuaderno de folios con encabezamiento oficial.
Rojo como un tomate me acerqué, como un autómata, como un
golem, a donde me habían ordenado.!No me hice ninguna pregunta!.
-¡Eh, tranquilo, nerviozo!.!No firmeh por ti!!Firma por
Fransihco Gómes de La Cuehta!.
Nos habíamos encontrado con LA PAREJA mientras afanábamos
unas picotas del gran cerezo propiedad justamente de Francisco Gómez, que vivía
a tres kilómetros, en La Cuesta .Era jueves, tarde libre en la escuela, y por
eso la media docena de chavales íbamos sin prisa de Helechosa a Santolín.
Quizá aquel mestizo de pacense y cordobés, con su peculiar
acento de La Jayona, a medio camino entre las localidades históricas de Zalamea
y Fuenteovejuna, me hubiese elegido porque unos días antes, en la tienda de La
Maruxa, se había enterado de mi nombre……y me había dado un buen susto.
¡Buenas tardes!.Mi saludo fue forzado, obedecía órdenes de
Doña Restituta, la maestra, pero por mí no hubiese dicho nada. Era mutista
selectivo, sólo en casa y con los compañeros de la clase o algunos vecinos era
capaz de comunicarme sin rubor, yo diría que sin dolor. Hablar fuera de mi
círculo, era una verdadera tortura para mí.
Los guardias estaban dando cuenta de unas empanadillas en
cuya elaboración era toda una experta Maruxa, la propietaria del colmado.
Rufino, el marido de Maruxa, sacó de la fresquera un botellón de rosado de
Cacabelos y lo arrimó a los vasos de los civiles para que se fuesen sirviendo
sobre la marcha.
¿Te apetece una empanadilla, Pepín?.Maruxa me invitó a
compartir manjar con los guardias.
¡No, gracias!.!Es que mi madre me manda a ver si ya vinieron
las velas grandes para la Misa Mayor, y….!.Los nervios me atenazaban .La
presencia de las autoridades me volvía inerte por fuera, tembloroso, asustado
por dentro.
Al Bigotazos le pudo la proverbial simpatía ingeniosa
hispano-meridional:
-¡Así que te yamah Pepín!.!Pórtate bien, porque si no, como
hasemoh en mi tierra, te picamoh para choriso!.
¡Tierra,. Trágame!.!Yo no sabía qué hacer, y ya tenía nueve
años!.
¡Don Alfonso, Pepín es tímido pero muy listo!.!Va muy bien
en la escuela!.
-¡Pueh eso le salva!.!Anda, muchachino, no te pongah colorao
y ve en pah!.
Al irme oí al guardia decir:
¡Eh,Rufino, anteh de que te vayah a ordeñar, échame una
firma por Fernando Boto, el de San Gil, que aqueyo ehtá mu lehoh!.
Años después, Sebastián, el hijo de Maruxa, me contó una
anécdota al respecto:
Entusiasmado El Bigotazos por llevar para su mujer y los cinco
muchachinos un buen saco de patatas y
otro con embutidos, panceta, y fabas, se involucró tanto, e involucró a su
subordinado, en esta ocasión Valentín el Palentino, que terminaron por
despojarse de arneses, cartucheras, tricornios y mosquetes, y se dedicaron a
partir leña para el ahumado de la
matanza.!Era invierno, época del San Martín!.
¡De pronto llegó el camión de reparto en el que solían venir
el teniente de línea y su ayudante!
.
-¡Maruxa, dile al teniente que no noh hah vihto!
.
¡Qué raro que no esté aquí la pareja!.!Bueno, yo también fui
guardia!.!Confío en que estén a la vuelta en el cruce!.
Los guardias salieron corriendo una vez se fue el teniente
en el camión, regresaría en un par de horas, para darle las novedades cuando
regresase a la comandancia.
-¡Já, já!.!Le diremoh!:!mi teniente, é que Fernando el de
San Hil tiene loh pradoh mu lehoh de casa!.
Yo era muy inocente, infeliz, casi tonto, pero ya empezaba a
sospechar que con tu firma, mi firma,
otro u otros podrían hacer lo que ni a ti ni a mí nos convenía.
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