Xaco do Mayestro era una persona muy sencilla, muy amable,
cordial donde las hubiere.
Recuerdo las conversaciones que mantenía con mi padre cada primer lunes de mes. Mi
progenitor, sentado sobre la pared de la
huerta y apoyado en su inseparable cayada, y Xaco, jinete sobre el estático “Rubio”, el vetusto alazán
que se entretenía con el pequeño montón de tojos dejado allí adrede, durante
quince o veinte minutos intercambiaban opiniones, se preguntaban, se
respondían.
Yo, desde mi timidez y mi azoramiento, no me atrevía a
fijarme más en aquel hombre. Alto, delgado y de pocos kilos-“Rubio” triscaba
los tojos despreocupadamente, como si no
llevase cabalgante ni cabalgadura-tenía facilidad de palabra, educación,
mesura. Pero llevaba boina.
Según Doña Tecla, la autoritaria enseñante de mi niñez, cuando los caseríos tienen apodo
es porque allí nació o vivió alguien que tenía algo que ver con el nombre dado:
Casa do Capitán; allí hubo un vencedor de
guerras. Casa do Xastre; los antepasados tuvieron una sastrería. Casa do
Xarreiro; allí hubo un alfarero. Casa do Mayestro; el abuelo, el bisabuelo,
alguien se dedicó a la enseñanza. De acuerdo a esta norma, en casa de Xaco
algún antepasado suyo fue maestro. Pero
los maestros y la gente de estudios no
llevaban boina y Xaco no se desprendía de ella salvo para entrar a la Iglesia o
para saludar a determinada gente. La verdad es que “manejaba” muy bien su
boina, pero yo aún era muy niño y muy ignorante para hacer valoraciones.
Xaco era un sencillo labrador. Nadie le llamaba a él para
redactar documentos; para eso estaban Serafín do Capitán, que había trabajado
de Contable en Barcelona y sabía mucho de cuentas, porque además había cursado
Peritaje Mercantil por correspondencia. Y
si había que arreglar los pasaportes y los visados de los que emigraban,
se recurría a Santiago do Cadarso, que hasta sabía Inglés por haber trabajado
de camarero en Nueva York y cantaba en
extraña jerga mientras hacía las labores del campo. Para repartir herencias, adjudicar
terrenos, delimitar lindes, nadie como Romualdo de Sesmil, antiguo seminarista que se autoproclamaba
Perito Práctico en sus rúbricas. A Xaco le llamaban para que acudiese con
“Rubio” y con su yunta de poderosas vacas bermellas del país a “acuartar”, a remolcar la yunta de cualquier
vecino que necesitase subir estiércol, leña, maíz o heno, incluso piedra y
barro para la construcción de casas y cuadras, por la empinada pendiente de alguna de aquellas
corredoiras. Y en esas labores era uno más, como el más simple de los gañanes
de la comarca.
Xaco tenía hijos mayores que le hacían casi todos los
trabajos, así que los primeros de mes,
cuando las charlas con mi padre, cabalgante en “Rubio” desde Na Laxa, un
caserío en las afueras de Santo Andrino, hasta A Fonsagrada, donde cobraba el
subsidio familiar por sus hijos pequeños, dedicaba el día completo para ir y
venir, con sus innumerables paradas, la primera con mi padre.
De pronto, poco después de las Navidades, dejó de pasar por
delante de mi casa. Mi padre, discreto, seguro que sabía algo pero no dijo nada
hasta que mi madre se interesó por la repentina ausencia de Xaco.
-¿Qué fue de Xaco?
-A Xaco le favoreció la amnistía del Caudillo.
-¿Le han vuelto a dar la plaza?.
-Sí, pero en Vigo.
-Pobre hombre. Tener que empezar a estas alturas.
-Sí, pero más vale Vigo que nada.
Llegaron las calores y-¡milagro!-el primer lunes de Julio,
al levantarme, atisbé a “Rubio” triscando los tojos como si nada hubiese
cambiado. Los conversadores volvían con buen ánimo a su aplazada costumbre.
-¿Cuándo viniste, Xaco?.
-Volví el viernes. El curso acabó el lunes pero necesitamos
el resto de la semana para las calificaciones
-¿Y qué tal por Vigo?.
-Muy bien, aunque con mucho trabajo, porque es una zona
industrial y hay “rapaces a esgalla”. Y me río con ellos cuando me llaman “Don
Joaquín”.
-¿Tienes esperanzas?.
-Sí. Pero me han dicho que aguarde tres o cuatro años antes
de mover papeles. Espero jubilarme e A Vilanova.
A Vilanova está a
ocho kilómetros de Santo Andrino. Hora y media a caballo. Un paseo para
Xaco y para “Rubio”. A Fonsagrada cae
más lejos.
Así que Doña Tecla tenía más que razón. En Casa do Mayestro
había y hubo un maestro.
-Su abuelo también lo era, comentó mi madre.
Yo no me lo podía creer: ¡Un maestro con boina!.
“Un maestro con boina”. Historia contada con la exquisitez que caracteriza la singular excelencia de quien tiene el don de expresar con tal espontaneidad y delicadeza una de tantas vivencias que logran transportar al lector a ese mundo de antaño, sosegado y sencillo, que se torna familiar para aquellos que, sin haberlo conocido de primera mano, podemos adentrarnos en él, a través de las palabras de José Manuel Tscholl. Felicidades por este espacio, en el que usted nos brinda un remanso de paz y riqueza literaria… muchas gracias por ello.
ResponderEliminarSegundo Comentario
ResponderEliminar