EINSIEDL

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viernes, 23 de octubre de 2015

CUATRO PÁGINAS DE LA ARCADIA PERDIDA


El caballo arrastraba el ramal de la cabezada, pero no la maroma de diez metros con la que José Manuel lo había atado a un abedul unas horas antes.

Era raro, pero nadie se imaginaba lo peor.

El caballo carpía, bufaba, piafaba, le brillaba el sudor sobre su cuerpo al introducirlo en el establo.
Señal de que estaba fatigado por un largo galope, no por el medio kilómetro desde EL Castañal hasta la casa.

-“Me asusté mucho al acercarme con la bici al cementerio”, comentó semanas después Manolín el del aserradero.

Manolín era muy miedoso, pero la necesidad obliga y no era cuestión de rechazar, a los catorce años, las trescientas pesetas mensuales que le había ofrecido  Diógenes el Maderista-ahora, con veinte años, ganaba ochocientas-para incorporarse al aserradero como aprendiz.

El aserradero  estaba en San Miguel, cerca del cementerio donde yacían los familiares del joven aprendiz.

Y cuando el chaval se incorporó a su empleo, su padre llevaba allí siete meses  enterrado, así que  hubo de hacer de tripas corazón.

Porque  en su casa hacía falta dinero:  la posesión era diminuta, y para los trabajos básicos se bastaban su madre y su hermana pequeña.

Las otras dos hermanas vivían en aldeas próximas con sus maridos e hijos y en caso de necesidad acudían para ayudar en las cosechas o en la matanza.

Manolín se convirtió en  casi un profesional del ciclismo, y quizá si las circunstancias fuesen otras, podría haber cambiado exitosamente  el aserradero por un equipo de ciclismo de alta competición.

“¡Pedaleo muy rápido desde la  salida del aserradero a la carretera, principalmente al pasar junto al camposanto, y no miro atrás hasta que no veo las luces de la aldea!”, explicaba el joven su manera de huir  del pavor atávico que le producía el cementerio  al caer la noche.

Salía de casa a las seis, en plena oscuridad la mayor parte del año, y regresaba a la una para comer, y se reincorporaba a las dos y media, hasta las nueve de la noche
.
Al salir a la carretera aquel día fatídico, el joven divisó a un caballo y a su jinete quietos, silenciosos, como mirando hacia el interior del camposanto.

“¡Dios me lo perdone,  pero el jinete estaba como en la posición de Don Quijote al atacar a los molinos que él creía gigantes, aunque sin lanza!.

¡Al acercarme, el jinete dio una voz terrible que me asustó, y caballo y jinete salieron espoleados, y  aunque  al principio pensé en quedarme quieto, luego, no sé la razón ,empecé a pedalear  más rápido que nunca , como deseando alcanzarles, pero  tan rápido era el galope que pronto dejé de oír el traqueteo de los cascos sobre la carretera!
”.
Manolín aún temblaba al  narrarlo.

Sin duda, Gaspar había querido ir al cementerio en vida para llevarse una idea de cómo sería su próximo y definitivo albergue cuando lo llevasen  ya cadáver a la tumba, para ser un muerto viviente en su propio entierro.

Para imaginarse cómo  serían las primeras horas, cómo serían las demás horas, días, años, la eternidad.
El cementerio estaba a cinco kilómetros, así que el galope habría sido de aúpa.

Gaspar disfrutaba desde que era niño cabalgando con destreza, y sus años de militar de Caballería le habían convertido en un jinete ágil y experto.

Ahí estaba la explicación de por qué El Rubio sudaba.

Paco sujetó por el ramal  el corcel mientras bebía. El manso y noble bruto se dejó llevar mansamente al establo.

María asintió con la cabeza cuando su hijo, con la mirada y un gesto, le transmitió su preocupación.

Cerca de ellos, José Manuel, atónito, esperaba respuestas verbales de María o de  Paco, pero algo en su interior le avisaba de los duros momentos por venir.

-¿Le digo a mi madre que vamos a buscar a mi padre?.

¡No, José Manuel, déjame a mí !,y María entró al cuarto.

-¡Llamaré a dos o tres vecinos para que me acompañen!. ¡Tú, chaval, sube con mi madre a ver a  Ermelinda!.

¡Ojalá  todo salga bien, hijo-comentó  María mirando a Paco y moviendo la cabeza como era su costumbre-pero…………!. Y ese  “pero” entró como una daga en el corazón del adolescente.

Paco reclutó fácilmente  a  una decena de voluntarios: el incidente de Gaspar con los guardias y su inexplicable ausencia , volvieron a concitar la preocupación de muchos, la curiosidad de todos , y el  morbo de unas pocas mentes retorcidas.

María y José Manuel entraron en el cuarto de Ermelinda, fingiendo una tranquilidad que no tenían.

-¿Ha vuelto Gaspar?, preguntó la enferma.

“Aún no ,pero no te preocupes, que a lo mejor se le hizo tarde cortando tojo. Paco bajará hasta allí, por si tiene que ayudarle a cargar”, mintió María.

-“¡No, no ,Dios mío, sé que algo malo ocurre!. !No me engañéis!.! Sentí al Rubio venir solo y a los vecinos cuchichear por ahí!, y Ermelinda se lanzó a la ventana, la abrió con gran fuerza y gritó.

¡Gaspar!, ¡Gaspar!. ¡Que te me han matado!.¿Qué será de esta casa sin ti y sin mí?”.

María y José Manuel también estallaron en sollozos.

Las voces terribles, agónicas, de Ermelinda, terminaron siendo sólo una componente más de la enorme algarabía del caserío, mujeres llorando que se acercaban a dar el pésame  antes de que siquiera nadie confirmase la muerte de Gaspar.

Paco regresó al fin con cara de circunstancias, aunque esforzándose  por  volver a su habitual semblante  de hombre seguro de sí mismo.

“-¡Pobre Gaspar!, exclamó Paco.

¡Allí se quedaron todos! ¡ Yo subí para dar la noticia y enfocar la situación aquí!

¡Manolín  fue a San Miguel para avisar a Don Francisco!.!Y  Avelino el Carroceto vendrá de Las Navas con la guardia civil y a lo mejor con Don José! “.

¡Vaya tontería!. ¡Un cura y un médico para un difunto!. ¡A buenas horas, mangas verdes!. Y el primer exabrupto de Sonsoles , la mujer de Atilano, primo segundo de Gaspar, sonó como una patada en la partes pudendas de todos los hombres y de todas las mujeres que allí se aglomeraban.

Lo que Paco quiso  comunicar poco a poco, con discreción, de pronto fue un secreto a voces.

Ermelinda captó súbitamente la terrible realidad de sus presentimientos , y sus gritos y chillidos  interrumpieron momentáneamente la turbamulta de aquellos aldeanos ávidos de emociones fuertes.

Muchos se asustaron, algunas mujeres aumentaron su lloros, y los retorcidos sabihondos de siempre aprovecharon para sus elucubraciones negativas y de ofensa.

-¡Gaspar!,! Gaspar!. ¡Que por ser tan bueno, tan de Franco, tan noble, te llevaron a la muerte, y nos arrastras a nosotros!.

“¡Ilusa de Ermelinda!.!Su Gaspar!.!Su Franco!.!Los guardias!.El cura!. …..

¡Bueno, hablar por hablar, y ya me callo!”, matizó Sonsoles su segunda salida de madre.

María se fundió en un abrazo con José Manuel, ambos llorando y temblando, pero la buena mujer conseguía  transmitir fuerza y ternura al adolescente.

A Ermelinda la abrazaban, la sujetaban, casi la ahogaban, una docena de mujeres.

La más responsable y sensata era , indiscutible y asombrosamente, la tía Filomena.

“¡Ermelinda, pide a Dios por ti y por Gaspar, por tu familia y por todos nosotros!

¡Mira!, siguió la anciana! : ¡ la vida en tierra firme es como en la mar, es como la vida eterna!. ¡Ir, venir, acabar, empezar!. ¡Volver y volver!.! .

¡Nos ayudamos y nos matamos los unos a los otros!.

¡Mis tatarabuelos ya eran pescadores, y mis bisabuelos, y mis abuelos y mi padre, y mis tíos y mis hermanos, y mis sobrinos de allí……..!.”

Aquel discurso inconexo y que quizá apuntaba a una visión panteísta de de las cosas, calmó milagrosamente a todos, incluso a la propia Ermelinda.

Todos estaban atentos  a la vieja, que continuaba con sus reflexiones.

¡Mirad ,el Cantábrico se tragó a mi bisabuelo paterno ,a tres tíos abuelos, a mi padre, a dos hermanos, y a dos sobrinos!.

¡Nos quedábamos muchos atardeceres en La Atalaya ,en Los Peneos de Caroyas, en El Cabo de Busto, mirando a lo lejos sobre las bravas aguas verdes ,por si las olas traían los cuerpos!.

¡Tuvimos que conformarnos y ver al mar como al cementerio!.

¡Pero también como la finca, la panera, la despensa!.

¿Quién sabe?...........

¡A lo mejor, los peces que seguían, y que aún siguen pescando los hombres de la familia, traen en su interior el espíritu y la fuerza de los que han muerto!..........

¡Que en realidad no han muerto, porque siguen  viviendo en nosotros!

¡Y así siempre!.! Y aquí, en la aldea, también!.

¡La rueda sigue girando, yendo y viniendo, triturando las plantas vivas y convirtiéndolas en semillas nuevas………………!.

¡Bueno, ya hablé demasiado!, y la vieja se calló, dando paso, de nuevo, al barullo al que su exordio había silenciado.

¡Que Dios te ayude, Ermelinda!.

Ramona se dobló con esfuerzo para dar un abrazo a la enferma y, siempre apoyada en su bastón, abandonó el cuarto.

¡Me voy a dormir, que mis fuerzas se acaban!.

¡Pero doy gracias a Dios porque se acaban a su tiempo!.

¡Que Dios os bendiga!”, dijo en voz alta desde el porche, antes de comenzar a descender el camino hacia el centro de la aldea.

               


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