¡Cuánto habla esta Ramona!. ¡Como todas las pescaderas!.
Sonsoles sí que era incapaz de callarse.
-“Bueno. Ella quiere ayudar, y se agradece”, apostilló
María.
“¡Ramona sabe bien lo que ocurre!. ¡ Vaya si lo sabe!. ¡Yo
lo sabré pronto!.
¡Gaspar, Gaspar, qué solo dejaremos a este infeliz!”. Y
Ermelinda apretó con una fuerza
inexplicable la muñeca de José Manuel, que se había sentado junto a ella en el
borde de la cama.
La moribunda quería fortalecer al joven, quería aferrarse a
la vida del joven.
La lucha de la que había hablado Ramona.
Pero José Manuel se estaba partiendo en dos: externamente,
se mostraba con aplomo, aunque no pudiese disimular las lágrimas y el
nerviosismo, trataba de ser un consuelo para su pobre madre.
Pero internamente se estaba convirtiendo, mejor adaptando, a
lo que realmente era: UN NIÑO MUERTO
VIVIENTE.
Tardaría años en conocer su propio yo, su propia realidad:
ser engendrado para sustituir a otro José Manuel, muerto doce años antes, y del
que llevaba el nombre, tan vulgar, por partida doble.
Pero esa condición de NIÑO MUERTO VIVIENTE la tuvo quizá por cuarenta años, desde el día
en que nació hasta que las circunstancias le espabilaron y decidió dar un
cambio a su vida.
A lo mejor, esa condición
de CADÁVER VIVIENTE fue la que le
permitió superar con entereza aquellas difíciles semanas de mil novecientos
sesenta y tres, justo cuando la muerte
del Santo Papa Juan XXIII.
-“!Hay que afrontar la situación!.!Me da una pena
enorme!.!Amigos como Gaspar quedan pocos!”, aseveró Saturnino de La Helechosa ,
el marido de María Jovita, nada más llegar.
A Saturnino le acompañaba
Justo, ahijado de Gaspar y de Ermelinda. Además de Paco Y de Justo, el matrimonio había tenido otros
dos varones y dos hembras. La amistad de las familias era muy sólida y por eso Saturnino tomaba las riendas de la
situación.
-¿Cómo te enteraste?, le preguntó Paco.
-“Me lo dijo Avelino el Carretero”.
¡Imposible que hayas podido hablar con él!.!Porque sólo dejé de verle desde que salió para La
Navas hasta que estuvo de vuelta, cinco minutos después de que Cubanín trajese
al médico y a los guardias!.
¡Pues a mí me lo dijo delante de la bodega!.!Vino a pedir la
llave del galpón para sacar una chaqueta
por si la noche refrescaba!!Tenía órdenes del jefe para venir a alumbrar con
los faros al médico y al juez, y por si la carroceta servía para transportar al
pobre difunto…….!, y a Saturnino le cayeron las lágrimas al nombrar a su amigo.
Avelino era la admiración de todos en aquel mundo de aldeanos lentos: durante
una década había sido carretero de Casa Diógenes; luego, enfadado por un asunto
amoroso-parece que “cucaba” a la hermana del jefe, según Sonsoles-se fue a
Caracas , y allí al año ya era taxista, y después de un lustro, cuando regresó,
cansado de atracos y de violencia, hizo las paces con Diógenes, que acababa de
comprar una carroceta, un diminuto camión todo terreno, y que selló la paz ofreciéndole sustituir la
antigua aguijada de boyero por los mandos del vehículo de importación. De ahí
que unos le apodasen El Carretero y otros El Carroceto.
Cuando regresaba de Porto, donde había descargado tabla de
roble en el astillero de Los Fineses, se
detuvo a ver lo que ocurría en la escena del crimen-sí, era un crimen, porque siempre lo es un guantazo injusto, bueno, cualquier guantazo,
y más si lleva a la muerte-y Paco le pidió ayuda.
Él se prestó de buena
gana, y también apenado, porque guardaba buena relación con Gaspar.
Locura de taxista caraqueño: desde el Alto de la Poza, a un
kilómetro de La Reguera, hasta Las Navas, cinco kilómetros de pendiente a punto
muerto, en aquella carretera infernal, adelantó
a Silvino el Marinero en su Ducati nueva y a Tuto el de La Tahona en su viejo pero rápido Ford,
una moto y un coche, los únicos vehículos que se encontró bajando, como si del mismísimo Juan Manuel
Fangio se tratase.
En pocos minutos, ya los civiles y el médico subían con Cubanín en el taxi, y Avelino, detrás de
ellos, se detuvo en La Revuelta para
informar a su jefe Diógenes-el rico solterón dormía alejado de sus dos
negocios de La Helechosa y de San Miguel-que raudo acudió a ponerse al servicio
de la familia de Gaspar, su buen amigo.
¡Y tú vas con la carroceta, para que los faros aporten
claridad a la escena del crimen…!, ordenó Diógenes, poniendo énfasis en la
palabra crimen.
Sin duda, era un crimen en toda la regla, pero Crispín a
esas horas soñaba con los angelitos y no con las oraciones de ánimas de su
abuela.
Avelino ,poco después de La Revuelta, tomó el camino de herradura
a La Helechosa, recogió la chaqueta e informó a Saturnino, y cinco minutos
después de la llegada de Cubanín ya estaba la carroceta iluminando con los
faros aquel paraje del Castañal ,
escenario de uno de los muchos crímenes cometidos en nombre de Dios y de la
Patria.
De ahí que cuando Paco, en una de las bajadas que hizo desde
el galpón hasta el monte, encontró a
Avelino de regreso, creyese que no había pasado por La Helechosa, como
aseveraba Saturnino.
¡Me cago en todo lo habido y por haber ! Justo expresó con una blasfemia la mezcla de dolor
y de indignación que le producía la muerte de su padrino.
¡Si se me pusiese ahora delante el hijo de puta de Crispín,
de la patada que le arrearía en los cojones, le ponía en órbita!!Grandísimo
maricón!!Grandísimo hijo de puta!, y el joven grandullón, pero a sus quince
años casi un niño, estalló en sollozos.
¡Hijo, calla por Dios!. María sintió a su hijo, y para evitar
males mayores, acudió a calmarle.
¡Ya no se resuelve nada!!Encima, las paredes oyen, y hay
muchos chivatos……!!Tiene razón mamá!, y las palabras de Paco atrajeron más de
una mirada dizque aludida.
¡Mejor ayudas a papá a despachar el ganado!!Así os
tranquilizáis y os mentalizáis antes de bajar al monte!.!Y tu padrino, desde donde esté, os lo
agradecerá! ¡Ya sabes lo que él quería a sus animales!.!Quizá por ello encontró
la muerte!, y Paco a duras penas contuvo las lágrimas.
Ni Paco, ni Justo, ni Saturnino con su buena voluntad,
pudieron ya proponer o disponer mucho, porque a los guardias y al médico que ya
estaban allí, a Don Francisco el párroco de San Miguel, traído por Diógenes antes de volver de Serandi con una
llorosa y abatida Luisa Sofía, la más joven de las hermanas de José Manuel, se
sumó como un terremoto, como un tornado destructivo y destructor, el yerno del
difunto, que sin más dilación tomó el mando en plaza.
Según Diógenes comentó
pasado algún tiempo , cuando el maderista llegó con su biplaza manivelo
a Serandi, a Casa de Los Temprano-Los Soprano les llamarían años después, cosas
del cine y de la televisión-al presentarse en la puerta del establo para dar la
triste noticia, Álvaro, el yerno de Gaspar, quizá enfadado porque se le
interrumpiese en su faena, ya que sus muchas vacas exigían continuos cuidados,
gritó algo así como:!Menos mal ,Diógenes!.!Ya ha caído un árbol de los tres que tiene ese maldito bosque!.!Ojalá
caigan pronto los otros dos y podamos hacer un prado como es debido!, y ni se inmutó al oír los alaridos de su
embarazada mujer .Llevaban un año de casados, y Gaspar nunca vería en este mundo
a ninguno de sus nietos.
Álvaro llegó en su gigantesco tractor, remolque con tracción a las cuatro ruedas incluido, en
vez de utilizar su moto Lube Ren, la que usaba cuando venía a ver a su novia, o
alguno de los tractores más pequeños que tenía en casa. Por no decir el Old
Rambler, un lujoso haiga que le había
regalado su tío materno, solterón, Kaseíto, es decir, Acacio,a cambio de que le
pasease cuando venía de vacaciones desde Nueva York cada tres años.
¡Lo mejor es el tractor
grande!!Gasta menos que el haiga y no se echa atrás ante la nieve, el hielo o
los barrizales!.!En directa, va rápido como un coche!.!Y si hay que cargar algo
pues se carga…y ya está!, explicaba el cuñado y más bien enemigo de José
Manuel.
Acaparar era algo que casaba con la filosofía de Los
Soprano, digo de Los Temprano(s), y el
joven marido de la grávida hermana de José Manuel era el representante más
próximo y más genuino.
¡Si me ayudáis, cargamos a este desgraciado en el remolque y
lo subimos para el salón de casa! ,medió ordenó Álvaro de forma imprudente.
¡Oiga, ni se le ocurra!, ordenó Eulalio.
Eulalio se había quedado con Don José, el médico, y con Don
Francisco, el cura, mientras que el
Sargento Luis Ramos, el comandante de puesto, había ido con Cubanín a
Brañagrande, a por el teniente jefe de línea y el juez de distrito.
¡Borriquín ,borriquín!, dijo el sacerdote, utilizando una
expresión suya muy habitual,!que el pobrín de Gaspar desde allá arriba, pero a
lo mejor aún desde aquí, te está oyendo!
¡Sí, a buenas horas!, masculló el de Serandi.
Justo comentó también años después: ¡me estremecí porque
tuve la sensación de que mi padrino sacaba media cabeza por entre las dos
mantas con que le habían tapado, y de paso que me guiñaba a mí un ojo con complicidad,
miraba con rabia a su yerno!.!Es una sensación que, aunque atenuada poco a
poco, permanecerá conmigo para siempre!.
Don José, casi siempre adusto, agresivo, bipolar, no pudo
por menos que esbozar una sonrisa por el contraste de las expresiones utilizadas
por el guardia, el yerno y el cura.
Don José Gómez
Aróstegui ,médico generalista, dentista, oftalmólogo, y forense
comarcal, era un todo terreno de la medicina, y más de un meapilas conservador
dio por buenas las aventuras extraconyugales del galeno a cambio de librar a los enfermos del correspondiente
criticador de tener que ser hospitalizados en la ciudad.
Y en casos de suicidio ,mínimo dos o tres al año en la zona,
y de accidentes mortales, la buena
disposición del forense, evitaba a la familia la sensación de ultraje que
suponía una autopsia con la apertura y desmembración del cadáver del deudo.
Don José certificaba
sin más la defunción.
Si Eulalio había frenado en seco a Álvaro, al que quizá la
presencia del médico, del cadáver, o del cura, había librado de un buen
guantazo, la cosa estuvo a punto de estallar cuando llegó Cubanín con el juez
de distrito y con el teniente jefe de línea , acompañados del Sargento Ramos.
Ponciano Pastrana, teniente de línea, Don Ponciano Pastrana
para los que le preguntasen ,palentino chuleta, nervioso ante el lenguaje
dicharachero de Don Francisco-eso del ¡Borriquín , borriquín!, le ofendía de
verdad-estaba a punto de estallar y de poner firmes al cura, cuando el Sargento
Ramos, inteligentemente, supo resolver la situación.
¡Ya sabe usted, PATER, que yo a la familia de Gaspar siempre
la quise mucho, y me da tanta pena!, y el rostro del Suboficial se cubrió de
unas lágrimas que avergonzaron a Eulalio, que empezaba a sentirse culpable por
no haber reprendido a Crispín, y que
desconcertaron al Teniente.
En otras circunstancias, quizá Pastrana abriría expediente a Ramos, por implicarse en exceso en la
situación, pero ahora todo sería diferente, y a mejor, incluso para el pobre
difunto, que se libraría de ser descuartizado.
-“¡Sí, borriquinos- al Teniente la adrenalina le afloraba
por doquier-yo también quería mucho a Gaspar, porque fuimos compañeros de
escondite más de una vez.!
¡Me da mucha pena todo lo ocurrido con él, que, aunque algo
voceras y mal hablado, era un cacho de pan!.! Y un cristiano y un español de
los que hay pocos!.!Y sabiendo perdonar a los enemigos!
¡Porque lo que querían hacernos a los curas, por ser curas,
o a él por intentar reincorporarse al cuartel de Estella, en la zona nacional,
era terrible!.! Terrible, porque querían fusilarnos!!Y porque los verdugos eran
de familias amigas suyas y mías!.
¡Sí!. ¡Esos borriquinos
antiguos alumnos del convento de Las Navas!.!Fernandín, Somedano,
Recaredo, Justo y compañía!
¡Pido a Dios que los perdone, porque no sabían lo que
hacían!
¡Y que esos santos que son los frailes enterrados en el
mausoleo martirial de La Revuelta, también los perdonen!
¡Si el Padre Gómez quería a Fernandín como a un hijo!.!Ay,
esos comunistas malos, que también los hay buenos…..!.”
-¿Qué quiere decirnos usted de importante, Señor Cura?,
preguntó Pastrana entre escéptico y
cabreado.
¡Mira, Teniente!.!Este borriquín de cura era también
teniente cuando lo buscaban los rojos!
Pastrana empezó a
engullir su mala bilis.
-“Cuando volví de La Argentina, donde fui misionero quince
años, me incorporé como Alférez Pater en Zaragoza, y a los tres años ascendí a
Teniente. Pero a los dos años pedí pasar a la reserva, y me incorporé a la
parroquia de mi aldea natal, de San Miguel .Y sólo la dejé, a cargo de mi buen
Feliciano, el cura de La Revuelta, que en paz descanse, durante los tres años
de La Cruzada. Al final de la guerra, y antes de volver a ser lo que soy, cura
de pueblo, recibí la tercera estrella, la de Capitán Páter, aunque sólo ejercí
por dos meses!”
¡A sus órdenes, mi Capitán!
El taconazo al ponerse firmes de Pastrana, fue emulado por
los dos guardias civiles.
“¡Borriquinos, borriquinos!!Nada de firmes!!Aquí el único
que merece el saludo es Gaspar, aun que no pasase de Sargento, y no exigiera
sus derechos después de la guerra!!A lo mejor por eso le tocó morir antes de
tiempo!.!Pero él era libre como el viento!!Y muy independiente!!Aguantaba en
Caballería porque a aquella cuadra los jefes y oficiales no iban más de una vez
por semana, un Alférez Veterinario de Complemento solía dar las novedades, o en
su defecto el Brigada Rivadulla, ya casi a punto de pasar a la reserva, y que
quería a Gaspar como a un hijo!.
¡Gaspar disfrutaba con los caballos, los mulos y los asnos!
¡Pero eran otros tiempos!. ¡Ahora, con los carros de combate
no aguantaría ni media hora!
¡Y luego estaba Ermelinda, que nació para cuidar vacas, no
para señorita de ciudad!
¡Pobrina!. ¡Qué pena me da!.!Qué pena me dan los dos!
¡Que el Señor les acoja en su seno, que bien se lo merecen!
¡Y que ayude al pobre José Manuel!
¡Y a tu mujer, a la pobre Luisina, borriquín!, dijo el cura,
mirando a Álvaro, que puso cara de perdonavidas.
Pastrana dejó el mal humor, la prepotencia y la chulería
impropias de un campoterrino, de una
comarca católica y noble y castellana a carta cabal ,sorprendido porque debajo
de las sotanas del anciano sacerdote grandullón y voceras, se escondiese
un capitán que podría cuadrarle en
cualquier momento.
Pero el Teniente no
quería renunciar a la ocasión de hacer méritos ante los superiores, implicando a lo que aún era un esbozo de Policía Científica de la Guardia Civil.
Así que se arriesgó, y dirigiéndose al médico y al juez,
dijo:” Creo que convendría llevar el cadáver al Instituto Anatómico Provincial,
y que mis compañeros de” La Científica” juzguen si hay indicios de
criminalidad, de factores externos, o si se trata simplemente de un suicidio”.
¡Sí, hay uno!,
masculló Justo en voz baja,
reprendido enseguida por su padre y por su hermano.
¡El hijo de puta de Crispín”, no pudo contenerse, menos mal
que en voz baja, el ahijado de Gaspar.
El médico y el juez miraron, consternados, al sacerdote, que
dijo:
¡Borriquin!, Borriquín!, ¡Gaspar puso fin a su vida en un
arrebato de orgullo!!Estoy seguro de que hasta Somedano o Justo llorarán por
él!.!Así que como capitán y como cura,
creo que hay que llevarle a su casa, y que allí espere para darle cristiana
sepultura!.
Pastrana se cuadró:
¡A la orden, mi Capitán!.!Usted decide, pero……..!, y miró a
Don Alfonso y a Don José, con la cara de aquel sargento portugués que al
recluta amnistiado le reconvenía con aquello de:Pr’o ano cá te espero. Deixa
que xá, que dicen en Lugo.Para la próxima, me la pagaréis doble.
Y es que Pastrana se sentía doblemente defraudado.
La presencia de un superior jerárquico en cubierto, Don
Francisco, le impedía poner en práctica el consejo de su padre, también guardia
civil, ascendido a capitán tres meses antes que su hijo a teniente: “hijo mío,
recuerda que después de la Cruzada todos somos soldados del Régimen, o
enemigos, y por tanto prisioneros, aunque de momento anden libres”.
“La mayoría de los hombres son soldados o cabos, puede que
haya algún suboficial mutilado, a algún alférez de complemento, pero a esos ya
se les distingue”
Remigio Pastrana no cayó en la cuenta de que algunos curas habían sido capellanes
castrenses, con una graduación mínima de teniente.
La autosuficiencia del joven oficial, le impedía hacer
valoraciones sobre qué equivalente
podría tener a efectos militares un representante destacado del régimen: juez,
alcalde, delegado del sindicato vertical, registrador de la propiedad, etc,
aunque no hubiese ido a la mili o su graduación no pasase de la de un cabo
primero de remplazo
Para él, el médico sería a lo sumo alférez. Al igual que
Alfonsín,abogado, al que el poderío de su familia, Los Penereiros, le permitió,
pese a su falta de marcialidad,obtener la graduación de álferez en las milicias
universitarias.
El abuelo de Alfonsín , Camilo Férnández –Armesto, había llegado
a Brañagrande”detrás da roda”, como decían en A Fonsagrada de los afilladores y
cedaceros ambulantes, y compensando su
humildad de cuna con una gran dosis de inteligencia social y práctica, aparte
una buena presencia física, conquistó a Felicita Argüelles, hija única del rico
indiano Don Luis Argüelles, y de su mujer,doña Leonor Ferreiro, propietarios de
numerosas fincas y negocios en Brañagrande y comarca.
Los hermanos de Alfonsín, dos médicos, un farmacéutico, y
una profesora,todos con envidiable situación,cedieron al tímido abogado el
control del Gran Comercio, que así se llamaba
la matriz de todos los negocios familiares,la mezcla de bazar,
ultramarinos, ferretería, mercería,almacen de piensos, mueblería, etc, vamos,
de productos de todo tipo, en que se había convertido el humilde puesto de
afilador, vaciador, cacharrero, y cedacero del abuelo Camilo.
Y se buscó la fórmula para que el tímido abogado no se
sintiese a disgusto, vendiendo zapatos,
cuchillos,medias, bragas, etc,y para que sacase
al menos satisfacción, ya que no provecho económico, que tampoco lo
precisaba, de su formación superior universitaria.
Alfonsín era el juez de paz, y el encargado del Registro
Civil de Brañagrande y su partido.Y por uno de las continuas ofensas a que los
millonarios de Las Brañas, todos con poder político desde siempre, sometían a
Brañagrande, quizá porque era más “grande” que una simple braña, Alfonsín
terminó siendo Juez de Distrito Accidental de Brañagrande, mientras el Juez de Instrucción no consiguiese un titular por la
forma reglamentaria.
Brañagrande pasaba a
pertenecer al Gran Juzgado de Instrucción de Las Brañas, después de que por
siglos desde su Palacio de la Audiencia, se impartiese justicia no sólo para Brañagrande, sino también
para Las Vegas Pravianas y Mosconas,
para Los Altos de Somiedo y Leitariegos, para Los Oscos, Y, por supuesto, para
la ahora intocable nueva ciudad de Las Brañas.
¡Vete a que Don Alfonso , el Juez de Distrito, te firme las
partidas de nacimientos de tus hijos!,
ordenó con malos modos la empleada a Gaspar, cuando acompañado de José M anuel,
acudió a pedir papeles para enviárselos
a sus hijos mayores en La Argentina.
Gaspar iba a abrir la boca, cuando Florentino el alguacil,
allí presente, se lo explicó en pocas palabras:”!Sí, hombre, Alfonsín el
Penereiro!
José Manuel recordaría siempre el cambio de actitud del
hombre que esperaba a los paisanos para venderles guadañas,
hoces,cuchillos,zapatos, etc, y al que había visto muchas veces, siempre con
corbata, impropio, creía el joven, de un ferretero, y mirando al mundo con una
mezcla de curiosidad y de timidez-ah, esa timidez, pero Alfonsín al menos era
rico-detrás de unas gafitas redondas, sujetas al cuello con una cadenita
dorada.
¿Qué deseaban?, dijo nada más ver el fajo de documentos que Gaspar llevaba
en la mano, quizá lamentando una venta fallida pero congratulándose de ejercer
como Don Alfonso por una vez en ese día.
¿Así que Hilda y
Serapio Robustiano?, preguntó, quizá por formalidad no exenta de interés por
aquellos nombres, mientras rubricaba con lentitud las partidas.
¿Se debe algo, Don Alfonso?, preguntó Gaspar.
¡Si, volver, pero a hacerme alguna compra, que tengo aquí
buena mercancía!
Por un sí o por un no, una guadaña nueva se unió a la
colección que Gaspar tenía para los
diferentes usos.
Era a ese Alfonsín al que Pastrana quería puentear, pero un
cura gordo le desbarató el intento de
protagonismo.
Mientras, sugerencia del sacerdote,a Gaspar lo subían en el coche de Cubanín hasta
el galpón, Álvaro tuvo que quedar
iluminando a los guardias y al
juez junto con Avelino .
Diógenes acercó al sacerdote a la casa del difunto, y al
lado del Cubanín, en el coche fúnebre ocasional, iba Don José.
Cura y médico tenían almas y cuerpos que atender.
Al acercarse a la casa, rodeada de hombres y mujeres, hasta
de niños, que entraban y salían sin
cesar,los alaridos de la joven embarazada
ponían los pelos de punta.
A Ermelinda y a José Manuel no se les oía ni siquiera
respirar.
¡Pepe, estos borriquinos nos necesitan!, y por segunda vez
en la triste noche, el de por sí hosco doctor volvió a sonreí.