miércoles, 17 de febrero de 2016

ONCE PÁGINAS DE LA REGUERA


La primera noche del velatorio de Gaspar fue muy larga para algunos, llevadera para otros, pero José Manuel nunca sería capaz de hacer una valoración, porque  su estado de ánimo fue tan cambiante que tristeza y alegría, constataciones intermitentes de ser  ora un adulto ora un niño grande, se agolparon en su cabeza, bajaron a su corazón, pero nunca dieron a luz una voluntad formada que le permitiese un duelo verbal e incluso intimidatorio con Álvaro, que poco a poco copaba todas las posiciones que hasta entonces habían sido del difunto Gaspar.
La casa mortuoria se convirtió en  una especie de mercado, con sus tratantes y trapicheos, una taberna con sus tertulias de bebedores, alguna bebedora también, un centro de comadres y cotillas, algunas noticias interesantes, que a  José Manuel le dieron mucha información, en resumen, una celebración para romper la rutina aldeana, lo mismo que un nacimiento, una boda o las fiestas patronales.
Saturnino pudo organizar las tareas agropecuarias  sin preocuparse de las órdenes de Álvaro, ya que éste sólo paraba unos minutos  para comunicar, a su modo, las gestiones realizadas en Brañagrande, en Las Navas, en su propia casa de Serandi, e incluso en Las Brañas, donde vivía parte de su familia paterna.
Rápido como una flecha en sus decisiones de avaro, y José Manuel se sorprendió a sí mismo, con alegría pasajera dentro de un tan doloroso trance, por el elemental descubrimiento lingüístico, avaro=Álvaro, el de Serandi no dudó en regresar del primer viaje a casa trayendo en el remolque del tractor su veterana Lube Ren, la que había encandilado a la infeliz de Luisina, para después desplazarse a los diferentes lugares con toda comodidad y rapidez
La madre y la hija ,la moribunda  y la preñada, la viuda y la huérfana ,que todo eso eran, aparte de infelices, Ermelinda y Luisa Sofía, deambulaban entre la habitación, el velatorio, la cocina y el excusado, aumentando con las horas su nerviosismo, conforme su medicación inyectada por Pepe el Practicante perdía fuerza.
Alguien había sugerido que Atilano, primo segundo de Gaspar, pusiese la segunda inyección de las diez recetadas por Don José a Ermelinda, para que se volviese a dormir  Y  Sonsoles, la imprudente esposa del eventual enfermero, hasta lo presionaba para que también inyectase a Luisina, cada vez más un manojo de nervios y un torrente de lágrimas, suspiros, hipos y sollozos.
Menos mal que María pidió que esperasen  un par de horas, para que Justo bajase en bici a Las Navas a solicitar los servicios de Pepe  el Practicante. Se calmaron todos los presentes, hasta las enfermas.
Y es que María, y en apariencia Gaspar, triste contraste, eran los únicos que no se dejaban llevar por los nervios.
Todo se tranquilizó definitivamente  a media tarde cuando el biplaza manivelo de Diógenes apareció camino arriba, acercando al galpón al viejo cura.
-¡Calma, borriquinos, que yo le pongo la inyección a Ermelinda!, y el Párroco , de paso que preparaba la jeringa,  comenzó a  explicar sus conocimientos de Medicina, aprendidos durante sus años de misionero en Las Pampas.
José Manuel ,bastante centrado dentro de la bipolaridad que se apoderaba de él, escuchó con interés las narraciones de Don Francisco y observó, entre admirado y agradecido, cómo aquel anciano de sotana no desmerecía en absoluto de la profesionalidad  fuera de toda duda de Pepe el Practicante.
-¡A Luisina no hace falta pincharle!.!Que tome una infusión cualquiera con estas hojitas que traigo yo aquí!.
El sacerdote sacó del bolsón negro que  había traído un maletín similar al usado por médicos y enfermeros .Dentro quedaba otro bolso, y asomaba una estola sacerdotal.
-¡José Manuel, santín de Dios!, exclamó el cura, y al rapaz le afloraron los nervios, ¡pon el  bolsón en el cuarto de tu madre, y que nadie lo toque, que dentro va el Señor! Y el adolescente sintió una mezcla de desazón y de autocomplacencia, porque los nervios y un incipiente odio a la humanidad le carcomían, y, por el contrario, la petición del Párroco lo devolvía a sus mejores momentos de Postulante-futuro sacerdote dominico.
-¡Mariína, mujer, haz el favor!.!Hierve agua y échale estas hojas ,como si fuesen tila o manzanilla!, y Don Francisco entregó a la benefactora una bolsita de plástico con hojas verdes, de las varias que llevaba dentro del maletín.
-¡De paso, hierve también el agua para esterilizar las jeringas!.
Ciertamente, aquel Párroco valía un Potosí, pues también era experto en  tratar animales, y las charlas entre él y  el difunto sobre los caballos argentinos eran una mezcla de conocimientos, chascarrillos, historietas, sonrisas de satisfacción, entre sorbo y sorbo de café negro, de vino o de cualquier licor.
Los quince años de misión le dejaron tiempo para hacerse Enfermero Titulado y Ayudante Veterinario, y sus visitas a la estancia de Molinón, con sus muchas vacas y otros tantos”tamos”, como dicen allí, así como caballos y ovejas ,le permitieron ejercer la Medicina tanto en la vertiente humana-con los patrones, y los más de veinte gauchos al servicio  de Serapio-como en la veterinaria, y experimentar con las numerosas plantas ,hierbas y frutas que allí se producen, tradicionalmente usadas para extraer remedios  contra cualquier enfermedad.
Mientras María preparaba la infusión con las yerbas del cura, para curar, valga el juego de palabras ,o aliviar ,más bien dormir a Luisina ,Don Francisco hacía un alto en su actividad sanitaria para desempeñarse como sacerdote.
-¡Ermelinda, antes de que adormezcas, vas a recibir la Sagrada Comunión!.!Y luego descansarás dulcemente, escuchando la Celebración de la Palabra!.
¡Silencio, borriquinas!.!Rezad en silencio por Ermelinda, por Gaspar y por los suyos, y por este pobre servidor suyo, vuestro párroco!!Aquellas de vosotras que queráis comulgar ,podréis hacerlo al final de la Celebración de la Palabra, después de aplicar”los remedios” a Ermelinda y a Luisina!
José Manuel había oído que ”los remedios” eran los medicamentos en Sudamérica, pero  se preguntó si Don Francisco también se refería a”la curación del alma”, y esa disquisición mental suya le apartó por unos minutos de la pena que le embargaba, de la depresión que se estaba apoderando de él.
Tanto se aisló de lo que allí sucedía que ni de monaguillo ejerció cuando el Párroco extrajo de su enorme bolsa una patena , una custodia y un copón con tapa, y los colocó sobre la mesa lateral de la habitación ,se puso  la estola, se arrodilló e, hizo  una breve oración en Latín.
Sonsoles-¡quién si no!-se apresuró a hacer de”monaguilla”, inaugurando quizá uno de los muchos cambios que se avecinaban en la Iglesia tras el Concilio  auspiciado por el Papa  Juan, también  difunto en velatorio, y que según Don Francisco haría su primer milagro con el pobre Gaspar.
Así que el sacerdote aprobó con una sonrisa socarrona la decisión de la mujer de Atilano, que le ayudó con trémula emoción en la tarea de suministrar  las Sagradas Formas a la madre y a la hija, porque quizá la preñada también se dormiría  antes de terminar la Celebración de la Palabra.
José Manuel seguía ensimismado, sin preocuparse más que de sus fantasías y reflexiones, con la suerte de que el Cura parecía también olvidarse de él, concentrado como estaba con la madre y con la hija.
Tras  dar la Comunión a las enfermas ,Don Francisco volvió a ejecutarse como Enfermero y con habilidad inyectó a Ermelinda la segunda dosis de las diez recetadas por Don José para mantenerla sin dolores físicos ni “espirituales”?, y tras inspeccionar la infusión que María acababa de preparar con las yerbas que él  le había dado, pidió a la Benefactora  que se la sirviese a Luisina.
Mientras María y las demás mujeres ayudaban a la madre y a la hija a acomodarse en sus respectivas camas y Don Francisco terminaba de recoger el instrumental ,José Manuel se salió del cuarto, se acercó al ataúd donde Gaspar parecía sonreír a toda la concurrencia, una algarabía más que un velatorio, pero así son las cosas ,y colocó sus manos sobre los bordes del arcón, para compartir desde su submundo las ideas que se le estaban ocurriendo y sobre las que su  padre tendría alguna opinión.
Los hombres, y alguna de las pocas mujeres que con ellos se mezclaban, las demás ya asistían a la Celebración de la Palabra que Don Francisco acababa de iniciar, se callaron al oír los rezos del Cura y se fueron saliendo a la parte delantera del galpón, excepto alguno  que se incorporó a la breve ceremonia sagrada.
La algarabía se trasladó entonces a la campa, sin que supusiese molestia alguna para José Manuel ,concentrado en su especial conversación con el difunto.
-¡Padrino, te echaré de menos!,y José Manuel se sobresaltó al oír la voz de Justo, el ahijado de su padre, adolescente como él, pero más maduro y dispuesto, que sin embargo ahora tenía la cara llena de lágrimas.
¡Lo echaremos todos, pero yo al menos hablaré con él todos los días!, matizó el huérfano.
-Yo también lo recordaré con frecuencia ,y buscaré seguir con su alegría, que él nos daba!, y Justo, palmeando ligeramente la espalda de José Manuel ,para transmitirle ánimo, se volvió a ayudar a Saturnino  con los animales de la casa, antes de que apareciese Álvaro a tocar las narices.
José Manuel se imaginaba estar contando al difunto todo lo que había oído y concluido sobre”los remedios” del Párroco y de otros.
Imaginó a su padre cabalgando el Rubio a toda velocidad, siguiendo a Pepe el Practicante, rápido en su Scooter,que venía a  detenerle a él, al futuro Postulante, una aparatosa hemorragia.
-¡Tranquilos,que ya está todo controlado!.Las palabras de Pepe trajeron silencio a las lamentaciones de Ermelinda y tranquilidad a Gaspar y al “sangrante” rapaz.
¿Podrá irse al Internado en tres días!, preguntó Gaspar.
-¡Por supuesto!.!Habrá perdido un vaso de sangre, pero a su edad eso no es ningún problema!.!Dentro de una hora podéis empezar a darle líquidos, por ejemplo un zumo de naranja, y  por la tarde ya puede comer ,siempre que no sea cosa muy dura!, dijo el Enfermero mientras inyectaba  al infeliz un coagulante.
José Manuel había respirado tranquilo después de  varios días de preocupación y de veinte horas de miedo a desangrarse, a pesar de que aún le quedaban sesenta minutos de silencio, porque  el fuerte taponamiento con algodón que Pepe hábilmente había confeccionado y colocado, así lo exigía.
-¿A qué hora le extrajo la muela Noguerol a tu hijo!, preguntó Pepe a Ermelinda.
¡Serían casi las cuatro de la tarde!, respondió la madre del  futuro seminarista dominico.
-¿Después de comer?....!Normal!, y las palabras del Enfermero sonaron a una mezcla de reprobación y de jocoso retruécano de burla hacia las aptitudes del sacamuelas.
¡Sí!.!Una mujer que también esperaba turno, nos dijo que durante la comida no era hombre de pasar sed! ,matizó Ermelinda,  quizá inconscientemente.
-¡Bueno!.!Se dicen tantas cosas que…..!, y Pepe  dejó en una incógnita lo que muchos  consideraban un  secreto a voces.
¡También dijo esa mujer que a partir de ahora ella irá a Brañagrande, porque allí hay un dentista nuevo, un tal Lombardero, que te anestesia de modo tal que no  te hace daño alguno!,y Ermelinda aportó más sal al guisado.
-¿Lombardero?.!No sé, no sé!.A veces, como dice Noguerol en su idioma:”tanto me da, tanto me ten”,y Pepe mostró, sin comprometerse ni cotillear , su desconfianza hacia las aptitudes profesionales de los dentistas referenciados.
José Manuel recordaba esas cosas mirando a su padre como si estuviese escuchándole contar las aventuras del famoso Pixotín, quizá algo pariente de Don Francisco, autorizado profesionalmente a ejercer de Capador/Castrador,pero que se atrevía a hacer de” Sacamuelas  y  Curioso(Arreglador de Fracturas Óseas)”, y a recetar con decisión “remedios” a “comíferos” y  a “semovientes-tenía un lenguaje muy suyo-y a discutir, si se terciaba, con su pariente, el Párroco, de Teología o de Latín, es decir, no se arredraba en situación alguna.
-¡Yo no soy un capador o un sacamuelas sangrador y verdugo!.!Sé hermanar la mano, la cuchilla, las tenazas, y el espíritu!,decía en voz alta,jactancioso,Pixotín en medio del chigre cuando los efluvios etílicos lo transportaban a su mundo, sin que nunca perdiese la racionalidad ni la alegría.
El adolescente se sentía viviendo en plenitud-¡ay, esa mente suya fértil y activa respecto al pasado e inútil para un provechoso presente!-escenas, conversaciones ,discusiones, curiosidades, vividas   dos, tres, cinco años antes ,y las  relacionaba con  algo de actualidad.
Por ejemplo, el verano anterior, durante sus primeras vacaciones de seminarista,había tenido que acompañar a su padre ,como arriero y boyero, ambas cosas a la vez,a un paraje denominado La Estrada de Santolaria, a unos tres kilómetros del Alto de la Poza, para transportar yerba desde un prado propiedad de  Román de Diego, emigrante en La Argentina pero nacido y criado en Santolaria, algo pariente de la familia ,y habían ocurrido cosas que él trataba de analizar en positivo, aunque en el fondo eran amargas, por diferentes razones..
Apoyado en el ataúd con los despojos mortales de su progenitor, al que miraba sonriente, porque Gaspar parecía estar vivo y sonriéndole, lo imaginaba charlatán, dicharachero ,incluso cantarín, comandando el grupo de cuatro carros-Saturnino, Pablo y Leonardo iban a ayudar-con sus respectivas yuntas, más otra yunta de apoyo y el Rubio, para hacer la acuartada en el gran declive del prado, hasta conseguir  que todos los vehículos y los semovientes se alineasen en la pista forestal que atravesaba  La Llana hasta el  Alto de la Poza.
José Manuel  había sido el encargado de la yunta de apoyo, y de controlar al Rubio, sintiéndose importante, y por eso miraba con gratitud a su padre, tratando de alejar de sí algunos resquemores que entonces ni lo habían sido, tan inocente y corto de luces era
-¡Y o estaba en la inopia!!Estupidez plena!.!Grandísimo gilipollas!, se lamentaría muchas veces, muchos años después, pero entonces , ante su padre difunto, quiso evitar el menor atisbo de maliciarse sobre lo que él había oído con inocencia, y más bien con extrañeza, un año antes.
-¿Así que sólo te queda soltero este hijo?, preguntó, por preguntar, Rigoberto de Santolaria, con  su vozarrón tranquilo y elegante, con su aspecto de canciller alemán antes que de campesino norteño.
José Manuel tenía trece años, así que la pregunta era más bien para tirar del hilo  y que Gaspar se lanzase a dar pelos y señales de todo lo habido y por haber.
Ciertamente, hasta el adolescente había empinado tres veces la bota de vino-los adultos más del doble-así que la alegría era contagiosa y lenguaraz.
¡Sí!.!Los dos mayores están en La Argentina y la del medio en Serandi!, contestó Gaspar.
-¡Es verdad, en La Argentina!.!Me lo comentó Román en la última carta!.!Y es que él ve mucho a tu tío Molinón en  el Hogar Brañiego del Boca!, y José Manuel ni cayó en la cuenta de que Rigoberto sabía todo lo habido y por haber.
Rigoberto también se llevaba parte de la yerba del prado, y es que Román, pariente común suyo y de Gaspar, les había pedido que le limpiasen a tope la finca, porque  deseaba construir una mansión indiana con jardín inglés, para sustituir a la pobre casucha en la que había nacido, casi en ruinas, y así disfrutar rico y feliz sus últimos años en la tierra que le había visto nacer. Y en esa operación de siega, Rigoberto había ejercido más de periodista que de segador.
-¡Pero este “mozo” aún es muy joven y creo estudia para cura!.¿Nunca pensaste en que volviese tu hijo varón desde La Argentina o en meter un yerno en casa?, siguió Rigoberto con sus ganas de confirmar lo que ya sabía de antemano.
¡Qué dices!.!Dejemos las cosas como están!.!Se nos murió el primer José Manuel, y todo fue diferente! ,contestó Gaspar con una mezcla de tristeza y de enfado.
-¡Perdona!.!Ya me acuerdo!, y el charlatán trató de ser amable antes que curioso.
El Postulante tenía algunas noticias de que el primer José Manuel había existido, pero que se había muerto antes de cumplir las tres semanas de vida .Y nunca se había cuestionado  la razón de que ya le hubiesen bautizado oficialmente cuando en aquella época todo iba más despacio.
Y atribuyó a la capacidad fabuladora de su padre el que éste comentase a Rigoberto el futuro prometedor truncado por la muerte del supuesto bebé.
¡Era como mi padre!.!Nervioso, enérgico, temperamental!.!Hasta físicamente se parecía más al viejo que lo que tenemos por aquí!, explicó Gaspar.
-¡Vaya pena!, contestó Rigoberto con su vozarrón claro pero determinante!.!Gran pena, porque si hubiese vivido ahora sería mozo ,y Gaspar mozo ,abuelo, y teniendo que trabajar mucho menos…………!y el ripio del elegante de Santolaria le sonó a José Manuel a música mora o china.
¡Sí, así es!!Pero la vida se nos tuerce y hay que aceptarlo!, se lamentó Gaspar.
José Manuel no pensó en nada negativo. Sólo que una criatura de pocos días se había muerto.
No pensó en la gran pena de sus padres, principalmente de Ermelinda.
Cualquier madre llora la muerte de un hijo .Su madre sin duda habría llevado al paroxismo su  inestabilidad mental, su locura, acuciada por la pena y el dolor.
Pero él no pensaba nada, ni en nada.
“Yo era un gilipollas!, se adjetivaría él en más de una ocasión con el paso de los años, cuando las bofetadas de la vida le fueron metiendo en vereda.
Ni mucho menos pensó en que él, el segundo José Manuel, era un inútil, algo fallido, en la opinión de su propio padre.
No cumplía lo que se esperaba de él.
Tampoco se preguntó si le habrían puesto José Manuel  por “resucitar” y “ revivir” al hermano muerto.
Porque sus otros hermanos tenían nombres poco comunes, fácilmente diferenciados .Pero el suyo, José por el abuelo paterno, Manuel por el bisabuelo también paterno, era de lo más vulgar.
Y encima, con los apellidos godo-castellanos de la familia, donde todos eran(José Manuel) García ,Rodríguez, Fernández, Suárez, Pérez, Álvarez………….., todos lechones de la misma camada .Vulgaridad en suma .Resignación desde el bierzo.
¡Gaspar Rodríguez sólo hay uno!.!José Manuel Rodríguez hay muchos!.!Pero yo haré que  sólo haya uno!, y el joven volvió a sentirse a gusto al lado de su progenitor.
Consiguió  de nuevo hilar las escenas del año anterior con las que había narrado previamente al difunto, antes de perderse en las divagaciones de Rigoberto y Gaspar, y relacionarlas con “los remedios” de Don Francisco y ”las anestesias” de Lombardero.
Recordó que en el Alto de la Poza había un coche de la Policía, no de la Guardia Civil,y eso generó comentarios y hasta miedo en los hombres del grupo.
El coche estaba aparcado, sin nadie dentro.
¡Me recordó al coche de Carballido!, comentó alguien.!Lo dejaba allí mientras se acercaba andando a alguna pedanía para hacer comulgar antes de confesar a más de un infeliz!.
Era el primer coche de la Policía, y el segundo de la Guardia Civil, que José Manuel oteaba en persona .La Televisión y el Cine le habían sido ajenos antes de incorporarse al Postulantado.
Cuando se acercaban a La Llana, tropezaron con tres hombres ,dos de ellos con gabardina, pese a la buena temperatura, y los tres con gafas y corbata, que caminaban en silencio.
José Manuel reconoció en el hombre sin corbata a un exseminarista mayor, amigo de algunos frailes del convento ,nativo de Santolaria y que tras dejar los hábitos cuando ya era diácono,se pagaba los estudios de Químicas dando clases particulares en la capital. El viejo postulante tenía cara de palo, parecía ausente,no mostraba preocupación por lo que pudiera esperarle.
¡Buenas tardes!, dijeron todos los hombres.
José Manuel se limitó a observar.
¡Buenas tardes!, contestaron los tres, amablemente.
¡Son de La Secreta!.!No sé lo que le esperará a Silviano!, apuntó Saturnino.
Semanas después había sido vox  pópuli que, aunque había salido libre sin cargos,se le había acusado de sembrar cannabis entre los maizales por encargo de Victoriano el Dentista, el  antecesor de Lombardero, y de hacer proselitismo entre los labradores de la zona para cultivar la planta adormidera, disimuladamente, pero con fines comerciales y altruistas al cincuenta por ciento ,porque así, al conseguirse una anestesia total no peligrosa ,se podían hacer las extracciones de las piezas dentarias más tranquilamente y con más seguridad.
Y ,aunque de forma más sosegada, también se había recordado cómo el infausto Sargento Loquero había querido ser un Sherlock Holmes comarcal, experto en narcóticos, varios años antes, con especial obsesión por las plantas, arbustos y árboles de origen sudamericano que Don Francisco había plantado en el patio, la huerta y el jardín de la Casa Rectoral, y en la zona civil del cementerio, la que esperaba a Gaspar como última morada.
La explicación tranquila, docente, pedagógica, irónica y simpática del Párroco al Fastidioso Sargento, acompañada  del consabido” este borriquín de cura fue ascendido a Capitán –Páter al final de la Cruzada”, terminó con el también consabido ponerse firmes del  Civil metido a Investigador .Y ya no hubo más.
José Manuel se sentía muy feliz, ajeno a las actividades religiosas y sanitarias de Don Francisco ,a la algarabía, los lamentos, las risas, el impresionante guirigay que era cualquier velatorio aldeano, hasta que el ruido de la Lube Ren  de Álvaro camino del galpón arriba, le despertó, le devolvió a la realidad, le hizo ver a su padre al fin muerto.
¡Don Francisco, váyase, que ya está todo más claro!, oyó gritar al marido de su hermana
-¡Despacio, borriquín ,que hay que repasar las cosas dos veces para atar los cabos!,le replicó el Cura.
José Manuel salió instintivamente a la campa, después de casi un día, y se alejó a buen paso hasta alcanzar la pista por la que había peregrinado con su madre a visitar al Niño Jesús Negrito.
Desde lo alto, a la tenue luz del atardecer, contempló toda la propiedad de su familia, contempló en la lejanía a Serandi y la imponente mansiónde los Temprano, en la que su hermana era esclava sexual y bestia de carga ,y supo que desde allí, con el tractor y la moto, Álvaro terminaría siendo el dueño y señor de La Reguera.
A él sólo le quedaría huir, así que para entrenarse comenzó a  caminar hacia La Helechosa, sin ganas siquiera de llorar para desahogarse, un Boabdil al revés.





















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