La primera noche del velatorio de Gaspar fue muy larga para
algunos, llevadera para otros, pero José Manuel nunca sería capaz de hacer una
valoración, porque su estado de ánimo
fue tan cambiante que tristeza y alegría, constataciones intermitentes de
ser ora un adulto ora un niño grande, se
agolparon en su cabeza, bajaron a su corazón, pero nunca dieron a luz una
voluntad formada que le permitiese un duelo verbal e incluso intimidatorio con
Álvaro, que poco a poco copaba todas las posiciones que hasta entonces habían
sido del difunto Gaspar.
La casa mortuoria se convirtió en una especie de mercado, con sus tratantes y
trapicheos, una taberna con sus tertulias de bebedores, alguna bebedora
también, un centro de comadres y cotillas, algunas noticias interesantes, que
a José Manuel le dieron mucha
información, en resumen, una celebración para romper la rutina aldeana, lo
mismo que un nacimiento, una boda o las fiestas patronales.
Saturnino pudo organizar las tareas agropecuarias sin preocuparse de las órdenes de Álvaro, ya
que éste sólo paraba unos minutos para
comunicar, a su modo, las gestiones realizadas en Brañagrande, en Las Navas, en
su propia casa de Serandi, e incluso en Las Brañas, donde vivía parte de su
familia paterna.
Rápido como una flecha en sus decisiones de avaro, y José
Manuel se sorprendió a sí mismo, con alegría pasajera dentro de un tan doloroso
trance, por el elemental descubrimiento lingüístico, avaro=Álvaro, el de
Serandi no dudó en regresar del primer viaje a casa trayendo en el remolque del
tractor su veterana Lube Ren, la que había encandilado a la infeliz de Luisina,
para después desplazarse a los diferentes lugares con toda comodidad y rapidez
La madre y la hija ,la moribunda y la preñada, la viuda y la huérfana ,que
todo eso eran, aparte de infelices, Ermelinda y Luisa Sofía, deambulaban entre
la habitación, el velatorio, la cocina y el excusado, aumentando con las horas
su nerviosismo, conforme su medicación inyectada por Pepe el Practicante perdía
fuerza.
Alguien había sugerido que Atilano, primo segundo de Gaspar,
pusiese la segunda inyección de las diez recetadas por Don José a Ermelinda,
para que se volviese a dormir Y Sonsoles, la imprudente esposa del eventual
enfermero, hasta lo presionaba para que también inyectase a Luisina, cada vez
más un manojo de nervios y un torrente de lágrimas, suspiros, hipos y sollozos.
Menos mal que María pidió que esperasen un par de horas, para que Justo bajase en bici
a Las Navas a solicitar los servicios de Pepe
el Practicante. Se calmaron todos los presentes, hasta las enfermas.
Y es que María, y en apariencia Gaspar, triste contraste,
eran los únicos que no se dejaban llevar por los nervios.
Todo se tranquilizó definitivamente a media tarde cuando el biplaza manivelo de
Diógenes apareció camino arriba, acercando al galpón al viejo cura.
-¡Calma, borriquinos, que yo le pongo la inyección a Ermelinda!,
y el Párroco , de paso que preparaba la jeringa, comenzó a explicar sus conocimientos de Medicina, aprendidos
durante sus años de misionero en Las Pampas.
José Manuel ,bastante centrado dentro de la bipolaridad que
se apoderaba de él, escuchó con interés las narraciones de Don Francisco y
observó, entre admirado y agradecido, cómo aquel anciano de sotana no
desmerecía en absoluto de la profesionalidad
fuera de toda duda de Pepe el Practicante.
-¡A Luisina no hace falta pincharle!.!Que tome una infusión
cualquiera con estas hojitas que traigo yo aquí!.
El sacerdote sacó del bolsón negro que había traído un maletín similar al usado por
médicos y enfermeros .Dentro quedaba otro bolso, y asomaba una estola
sacerdotal.
-¡José Manuel, santín de Dios!, exclamó el cura, y al rapaz
le afloraron los nervios, ¡pon el bolsón
en el cuarto de tu madre, y que nadie lo toque, que dentro va el Señor! Y el
adolescente sintió una mezcla de desazón y de autocomplacencia, porque los
nervios y un incipiente odio a la humanidad le carcomían, y, por el contrario,
la petición del Párroco lo devolvía a sus mejores momentos de Postulante-futuro
sacerdote dominico.
-¡Mariína, mujer, haz el favor!.!Hierve agua y échale estas
hojas ,como si fuesen tila o manzanilla!, y Don Francisco entregó a la
benefactora una bolsita de plástico con hojas verdes, de las varias que llevaba
dentro del maletín.
-¡De paso, hierve también el agua para esterilizar las
jeringas!.
Ciertamente, aquel Párroco valía un Potosí, pues también era
experto en tratar animales, y las
charlas entre él y el difunto sobre los
caballos argentinos eran una mezcla de conocimientos, chascarrillos,
historietas, sonrisas de satisfacción, entre sorbo y sorbo de café negro, de
vino o de cualquier licor.
Los quince años de misión le dejaron tiempo para hacerse
Enfermero Titulado y Ayudante Veterinario, y sus visitas a la estancia de
Molinón, con sus muchas vacas y otros tantos”tamos”, como dicen allí, así como
caballos y ovejas ,le permitieron ejercer la Medicina tanto en la vertiente
humana-con los patrones, y los más de veinte gauchos al servicio de Serapio-como en la veterinaria, y
experimentar con las numerosas plantas ,hierbas y frutas que allí se producen,
tradicionalmente usadas para extraer remedios
contra cualquier enfermedad.
Mientras María preparaba la infusión con las yerbas del
cura, para curar, valga el juego de palabras ,o aliviar ,más bien dormir a
Luisina ,Don Francisco hacía un alto en su actividad sanitaria para
desempeñarse como sacerdote.
-¡Ermelinda, antes de que adormezcas, vas a recibir la
Sagrada Comunión!.!Y luego descansarás dulcemente, escuchando la Celebración de
la Palabra!.
¡Silencio, borriquinas!.!Rezad en silencio por Ermelinda,
por Gaspar y por los suyos, y por este pobre servidor suyo, vuestro
párroco!!Aquellas de vosotras que queráis comulgar ,podréis hacerlo al final de
la Celebración de la Palabra, después de aplicar”los remedios” a Ermelinda y a
Luisina!
José Manuel había oído que ”los remedios” eran los
medicamentos en Sudamérica, pero se
preguntó si Don Francisco también se refería a”la curación del alma”, y esa
disquisición mental suya le apartó por unos minutos de la pena que le
embargaba, de la depresión que se estaba apoderando de él.
Tanto se aisló de lo que allí sucedía que ni de monaguillo
ejerció cuando el Párroco extrajo de su enorme bolsa una patena , una custodia
y un copón con tapa, y los colocó sobre la mesa lateral de la habitación ,se
puso la estola, se arrodilló e,
hizo una breve oración en Latín.
Sonsoles-¡quién si no!-se apresuró a hacer de”monaguilla”,
inaugurando quizá uno de los muchos cambios que se avecinaban en la Iglesia
tras el Concilio auspiciado por el
Papa Juan, también difunto en velatorio, y que según Don
Francisco haría su primer milagro con el pobre Gaspar.
Así que el sacerdote aprobó con una sonrisa socarrona la
decisión de la mujer de Atilano, que le ayudó con trémula emoción en la tarea
de suministrar las Sagradas Formas a la
madre y a la hija, porque quizá la preñada también se dormiría antes de terminar la Celebración de la
Palabra.
José Manuel seguía ensimismado, sin preocuparse más que de
sus fantasías y reflexiones, con la suerte de que el Cura parecía también
olvidarse de él, concentrado como estaba con la madre y con la hija.
Tras dar la Comunión
a las enfermas ,Don Francisco volvió a ejecutarse como Enfermero y con
habilidad inyectó a Ermelinda la segunda dosis de las diez recetadas por Don
José para mantenerla sin dolores físicos ni “espirituales”?, y tras
inspeccionar la infusión que María acababa de preparar con las yerbas que
él le había dado, pidió a la
Benefactora que se la sirviese a Luisina.
Mientras María y las demás mujeres ayudaban a la madre y a
la hija a acomodarse en sus respectivas camas y Don Francisco terminaba de
recoger el instrumental ,José Manuel se salió del cuarto, se acercó al ataúd
donde Gaspar parecía sonreír a toda la concurrencia, una algarabía más que un
velatorio, pero así son las cosas ,y colocó sus manos sobre los bordes del
arcón, para compartir desde su submundo las ideas que se le estaban ocurriendo
y sobre las que su padre tendría alguna
opinión.
Los hombres, y alguna de las pocas mujeres que con ellos se
mezclaban, las demás ya asistían a la Celebración de la Palabra que Don
Francisco acababa de iniciar, se callaron al oír los rezos del Cura y se fueron
saliendo a la parte delantera del galpón, excepto alguno que se incorporó a la breve ceremonia sagrada.
La algarabía se trasladó entonces a la campa, sin que
supusiese molestia alguna para José Manuel ,concentrado en su especial
conversación con el difunto.
-¡Padrino, te echaré de menos!,y José Manuel se sobresaltó
al oír la voz de Justo, el ahijado de su padre, adolescente como él, pero más
maduro y dispuesto, que sin embargo ahora tenía la cara llena de lágrimas.
¡Lo echaremos todos, pero yo al menos hablaré con él todos
los días!, matizó el huérfano.
-Yo también lo recordaré con frecuencia ,y buscaré seguir
con su alegría, que él nos daba!, y Justo, palmeando ligeramente la espalda de
José Manuel ,para transmitirle ánimo, se volvió a ayudar a Saturnino con los animales de la casa, antes de que
apareciese Álvaro a tocar las narices.
José Manuel se imaginaba estar contando al difunto todo lo
que había oído y concluido sobre”los remedios” del Párroco y de otros.
Imaginó a su padre cabalgando el Rubio a toda velocidad,
siguiendo a Pepe el Practicante, rápido en su Scooter,que venía a detenerle a él, al futuro Postulante, una
aparatosa hemorragia.
-¡Tranquilos,que ya está todo controlado!.Las palabras de
Pepe trajeron silencio a las lamentaciones de Ermelinda y tranquilidad a Gaspar
y al “sangrante” rapaz.
¿Podrá irse al Internado en tres días!, preguntó Gaspar.
-¡Por supuesto!.!Habrá perdido un vaso de sangre, pero a su
edad eso no es ningún problema!.!Dentro de una hora podéis empezar a darle
líquidos, por ejemplo un zumo de naranja, y
por la tarde ya puede comer ,siempre que no sea cosa muy dura!, dijo el
Enfermero mientras inyectaba al infeliz
un coagulante.
José Manuel había respirado tranquilo después de varios días de preocupación y de veinte horas
de miedo a desangrarse, a pesar de que aún le quedaban sesenta minutos de silencio,
porque el fuerte taponamiento con
algodón que Pepe hábilmente había confeccionado y colocado, así lo exigía.
-¿A qué hora le extrajo la muela Noguerol a tu hijo!,
preguntó Pepe a Ermelinda.
¡Serían casi las cuatro de la tarde!, respondió la madre
del futuro seminarista dominico.
-¿Después de comer?....!Normal!, y las palabras del
Enfermero sonaron a una mezcla de reprobación y de jocoso retruécano de burla
hacia las aptitudes del sacamuelas.
¡Sí!.!Una mujer que también esperaba turno, nos dijo que
durante la comida no era hombre de pasar sed! ,matizó Ermelinda, quizá inconscientemente.
-¡Bueno!.!Se dicen tantas cosas que…..!, y Pepe dejó en una incógnita lo que muchos consideraban un secreto a voces.
¡También dijo esa mujer que a partir de ahora ella irá a
Brañagrande, porque allí hay un dentista nuevo, un tal Lombardero, que te
anestesia de modo tal que no te hace
daño alguno!,y Ermelinda aportó más sal al guisado.
-¿Lombardero?.!No sé, no sé!.A veces, como dice Noguerol en
su idioma:”tanto me da, tanto me ten”,y Pepe mostró, sin comprometerse ni
cotillear , su desconfianza hacia las aptitudes profesionales de los dentistas
referenciados.
José Manuel recordaba esas cosas mirando a su padre como si
estuviese escuchándole contar las aventuras del famoso Pixotín, quizá algo
pariente de Don Francisco, autorizado profesionalmente a ejercer de
Capador/Castrador,pero que se atrevía a hacer de” Sacamuelas y
Curioso(Arreglador de Fracturas Óseas)”, y a recetar con decisión
“remedios” a “comíferos” y a
“semovientes-tenía un lenguaje muy suyo-y a discutir, si se terciaba, con su
pariente, el Párroco, de Teología o de Latín, es decir, no se arredraba en
situación alguna.
-¡Yo no soy un capador o un sacamuelas sangrador y
verdugo!.!Sé hermanar la mano, la cuchilla, las tenazas, y el espíritu!,decía
en voz alta,jactancioso,Pixotín en medio del chigre cuando los efluvios
etílicos lo transportaban a su mundo, sin que nunca perdiese la racionalidad ni
la alegría.
El adolescente se sentía viviendo en plenitud-¡ay, esa mente
suya fértil y activa respecto al pasado e inútil para un provechoso
presente!-escenas, conversaciones ,discusiones, curiosidades, vividas dos,
tres, cinco años antes ,y las relacionaba con algo de actualidad.
Por ejemplo, el verano anterior, durante sus primeras
vacaciones de seminarista,había tenido que acompañar a su padre ,como arriero y
boyero, ambas cosas a la vez,a un paraje denominado La Estrada de Santolaria, a
unos tres kilómetros del Alto de la Poza, para transportar yerba desde un prado
propiedad de Román de Diego, emigrante
en La Argentina pero nacido y criado en Santolaria, algo pariente de la familia
,y habían ocurrido cosas que él trataba de analizar en positivo, aunque en el
fondo eran amargas, por diferentes razones..
Apoyado en el ataúd con los despojos mortales de su
progenitor, al que miraba sonriente, porque Gaspar parecía estar vivo y
sonriéndole, lo imaginaba charlatán, dicharachero ,incluso cantarín, comandando
el grupo de cuatro carros-Saturnino, Pablo y Leonardo iban a ayudar-con sus
respectivas yuntas, más otra yunta de apoyo y el Rubio, para hacer la acuartada
en el gran declive del prado, hasta conseguir
que todos los vehículos y los semovientes se alineasen en la pista
forestal que atravesaba La Llana hasta
el Alto de la Poza.
José Manuel había
sido el encargado de la yunta de apoyo, y de controlar al Rubio, sintiéndose
importante, y por eso miraba con gratitud a su padre, tratando de alejar de sí
algunos resquemores que entonces ni lo habían sido, tan inocente y corto de
luces era
-¡Y o estaba en la inopia!!Estupidez plena!.!Grandísimo
gilipollas!, se lamentaría muchas veces, muchos años después, pero entonces ,
ante su padre difunto, quiso evitar el menor atisbo de maliciarse sobre lo que
él había oído con inocencia, y más bien con extrañeza, un año antes.
-¿Así que sólo te queda soltero este hijo?, preguntó, por
preguntar, Rigoberto de Santolaria, con
su vozarrón tranquilo y elegante, con su aspecto de canciller alemán
antes que de campesino norteño.
José Manuel tenía trece años, así que la pregunta era más
bien para tirar del hilo y que Gaspar se
lanzase a dar pelos y señales de todo lo habido y por haber.
Ciertamente, hasta el adolescente había empinado tres veces
la bota de vino-los adultos más del doble-así que la alegría era contagiosa y
lenguaraz.
¡Sí!.!Los dos mayores están en La Argentina y la del medio
en Serandi!, contestó Gaspar.
-¡Es verdad, en La Argentina!.!Me lo comentó Román en la
última carta!.!Y es que él ve mucho a tu tío Molinón en el Hogar Brañiego del Boca!, y José Manuel ni
cayó en la cuenta de que Rigoberto sabía todo lo habido y por haber.
Rigoberto también se llevaba parte de la yerba del prado, y
es que Román, pariente común suyo y de Gaspar, les había pedido que le
limpiasen a tope la finca, porque
deseaba construir una mansión indiana con jardín inglés, para sustituir
a la pobre casucha en la que había nacido, casi en ruinas, y así disfrutar rico
y feliz sus últimos años en la tierra que le había visto nacer. Y en esa
operación de siega, Rigoberto había ejercido más de periodista que de segador.
-¡Pero este “mozo” aún es muy joven y creo estudia para
cura!.¿Nunca pensaste en que volviese tu hijo varón desde La Argentina o en
meter un yerno en casa?, siguió Rigoberto con sus ganas de confirmar lo que ya
sabía de antemano.
¡Qué dices!.!Dejemos las cosas como están!.!Se nos murió el
primer José Manuel, y todo fue diferente! ,contestó Gaspar con una mezcla de
tristeza y de enfado.
-¡Perdona!.!Ya me acuerdo!, y el charlatán trató de ser
amable antes que curioso.
El Postulante tenía algunas noticias de que el primer José
Manuel había existido, pero que se había muerto antes de cumplir las tres
semanas de vida .Y nunca se había cuestionado
la razón de que ya le hubiesen bautizado oficialmente cuando en aquella
época todo iba más despacio.
Y atribuyó a la capacidad fabuladora de su padre el que éste
comentase a Rigoberto el futuro prometedor truncado por la muerte del supuesto
bebé.
¡Era como mi padre!.!Nervioso, enérgico,
temperamental!.!Hasta físicamente se parecía más al viejo que lo que tenemos
por aquí!, explicó Gaspar.
-¡Vaya pena!, contestó Rigoberto con su vozarrón claro pero
determinante!.!Gran pena, porque si hubiese vivido ahora sería mozo ,y Gaspar
mozo ,abuelo, y teniendo que trabajar mucho menos…………!y el ripio del elegante
de Santolaria le sonó a José Manuel a música mora o china.
¡Sí, así es!!Pero la vida se nos tuerce y hay que
aceptarlo!, se lamentó Gaspar.
José Manuel no pensó en nada negativo. Sólo que una criatura
de pocos días se había muerto.
No pensó en la gran pena de sus padres, principalmente de
Ermelinda.
Cualquier madre llora la muerte de un hijo .Su madre sin
duda habría llevado al paroxismo su
inestabilidad mental, su locura, acuciada por la pena y el dolor.
Pero él no pensaba nada, ni en nada.
“Yo era un gilipollas!, se adjetivaría él en más de una
ocasión con el paso de los años, cuando las bofetadas de la vida le fueron
metiendo en vereda.
Ni mucho menos pensó en que él, el segundo José Manuel, era
un inútil, algo fallido, en la opinión de su propio padre.
No cumplía lo que se esperaba de él.
Tampoco se preguntó si le habrían puesto José Manuel por “resucitar” y “ revivir” al hermano
muerto.
Porque sus otros hermanos tenían nombres poco comunes,
fácilmente diferenciados .Pero el suyo, José por el abuelo paterno, Manuel por
el bisabuelo también paterno, era de lo más vulgar.
Y encima, con los apellidos godo-castellanos de la familia,
donde todos eran(José Manuel) García ,Rodríguez, Fernández, Suárez, Pérez,
Álvarez………….., todos lechones de la misma camada .Vulgaridad en suma
.Resignación desde el bierzo.
¡Gaspar Rodríguez sólo hay uno!.!José Manuel Rodríguez hay
muchos!.!Pero yo haré que sólo haya
uno!, y el joven volvió a sentirse a gusto al lado de su progenitor.
Consiguió de nuevo
hilar las escenas del año anterior con las que había narrado previamente al
difunto, antes de perderse en las divagaciones de Rigoberto y Gaspar, y
relacionarlas con “los remedios” de Don Francisco y ”las anestesias” de
Lombardero.
Recordó que en el Alto de la Poza había un coche de la
Policía, no de la Guardia Civil,y eso generó comentarios y hasta miedo en los
hombres del grupo.
El coche estaba aparcado, sin nadie dentro.
¡Me recordó al coche de Carballido!, comentó alguien.!Lo
dejaba allí mientras se acercaba andando a alguna pedanía para hacer comulgar
antes de confesar a más de un infeliz!.
Era el primer coche de la Policía, y el segundo de la
Guardia Civil, que José Manuel oteaba en persona .La Televisión y el Cine le
habían sido ajenos antes de incorporarse al Postulantado.
Cuando se acercaban a La Llana, tropezaron con tres hombres ,dos
de ellos con gabardina, pese a la buena temperatura, y los tres con gafas y
corbata, que caminaban en silencio.
José Manuel reconoció en el hombre sin corbata a un
exseminarista mayor, amigo de algunos frailes del convento ,nativo de
Santolaria y que tras dejar los hábitos cuando ya era diácono,se pagaba los
estudios de Químicas dando clases particulares en la capital. El viejo postulante
tenía cara de palo, parecía ausente,no mostraba preocupación por lo que pudiera
esperarle.
¡Buenas tardes!, dijeron todos los hombres.
José Manuel se limitó a observar.
¡Buenas tardes!, contestaron los tres, amablemente.
¡Son de La Secreta!.!No sé lo que le esperará a Silviano!, apuntó
Saturnino.
Semanas después había sido vox pópuli que, aunque había salido libre sin
cargos,se le había acusado de sembrar cannabis entre los maizales por encargo
de Victoriano el Dentista, el antecesor
de Lombardero, y de hacer proselitismo entre los labradores de la zona para
cultivar la planta adormidera, disimuladamente, pero con fines comerciales y
altruistas al cincuenta por ciento ,porque así, al conseguirse una anestesia
total no peligrosa ,se podían hacer las extracciones de las piezas dentarias
más tranquilamente y con más seguridad.
Y ,aunque de forma más sosegada, también se había recordado
cómo el infausto Sargento Loquero había querido ser un Sherlock Holmes
comarcal, experto en narcóticos, varios años antes, con especial obsesión por
las plantas, arbustos y árboles de origen sudamericano que Don Francisco había
plantado en el patio, la huerta y el jardín de la Casa Rectoral, y en la zona
civil del cementerio, la que esperaba a Gaspar como última morada.
La explicación tranquila, docente, pedagógica, irónica y
simpática del Párroco al Fastidioso Sargento, acompañada del consabido” este borriquín de cura fue
ascendido a Capitán –Páter al final de la Cruzada”, terminó con el también
consabido ponerse firmes del Civil
metido a Investigador .Y ya no hubo más.
José Manuel se sentía muy feliz, ajeno a las actividades
religiosas y sanitarias de Don Francisco ,a la algarabía, los lamentos, las
risas, el impresionante guirigay que era cualquier velatorio aldeano, hasta que
el ruido de la Lube Ren de Álvaro camino
del galpón arriba, le despertó, le devolvió a la realidad, le hizo ver a su
padre al fin muerto.
¡Don Francisco, váyase, que ya está todo más claro!, oyó
gritar al marido de su hermana
-¡Despacio, borriquín ,que hay que repasar las cosas dos
veces para atar los cabos!,le replicó el Cura.
José Manuel salió instintivamente a la campa, después de
casi un día, y se alejó a buen paso hasta alcanzar la pista por la que había
peregrinado con su madre a visitar al Niño Jesús Negrito.
Desde lo alto, a la tenue luz del atardecer, contempló toda
la propiedad de su familia, contempló en la lejanía a Serandi y la imponente
mansiónde los Temprano, en la que su hermana era esclava sexual y bestia de
carga ,y supo que desde allí, con el tractor y la moto, Álvaro terminaría
siendo el dueño y señor de La Reguera.
A él sólo le quedaría huir, así que para entrenarse comenzó
a caminar hacia La Helechosa, sin ganas
siquiera de llorar para desahogarse, un Boabdil al revés.