jueves, 21 de abril de 2016

CATORCE PÁGINAS DE LA ARCADIA PERDIDA


José Manuel con templó absorto a través de los cristales de la ventana cómo de los vehículos iban al fin descendiendo los  pasajeros, y a ellos se acercaba la marabunta de los asistentes al velatorio, encabezados por Sonsoles, para dar besos, abrazos, pésames, y poner en marcha la falsedad, la hipocresía y el histerismo forzado de las plañideras de ocasión.

Álvaro, Panizo y Lino,  tranquilamente ,se ocupaban de los equipajes que yacían sobre la hierba ligeramente humedecida por el rocío de la madrugada estival.

“-¡Ay, Dios mío, Gaspar, que nuestros hijos ya no te volverán a ver!.!No te volveremos a ver!.¿Por qué no le dijiste a los guardias que tú eras de Franco? ,gritó Ermelinda , a la que el irrespetuoso guirigay había despertado de su provocada anestesia.

-¡Ay, papá, mamá, hermaninos,qué pena, qué desgracia, que mi nenín ya no verá a su abuelo vivo!,se lamentó Luisina, también espabilada  por el guirigay.

¡Ni a su abuelo ni a su abuela maternos, pero siempre quedan Los Tempranos! ,masculló entre irónico y risueño el maldito y futuro controlador de La Reguera, con asentimiento de cabeza por parte de Panizo y de Lino.

José Manuel se decidió al fin a incorporarse al pequeño grupo que al lado del féretro iría recibiendo a “Los  Argentinos”.

María, Saturnino y Justo, milagrosamente, acababan de llegar, y eran ellos los únicos que servían de apoyo físico y moral para Ermelinda y Luisina, porque  el resto de los asistentes al velatorio  estaban saludando a los recién llegados.

José Manuel, muy en su mundo, sólo se dio cuenta de que ya estaban allí sus hermanos y cuñados cuando se desató la histeria colectiva y su madre y sus hermanas, abrazadas y llorosas, se lamentaban una y mil veces de la desgracia que les había sobrevenido.

-¡La verdad es que ese hijo de puta de Crispín, maldito cazurro, buena la ha liado!, gritó bien alto Justo, provocando el que muchos, asustados, girasen la vista hacia él

-¡Calla, hijo, que no es el momento!, tranquilizó María la situación..

Hubo besos, abrazos, apretones, lamentos para dar y tomar, y José Manuel se limitó estáticamente, como si fuese la estatua de un santo de gran veneración, sin pretenderlo ,a dejarse besar, abrazar y apretar, mientras que su pensamiento volaba por otros espacios.

-¡Así que vos sós mi cuñado José Manuel!, y el adolescente se dejó besar en las ruborizadas mejillas por Mabel Donadio Elsner, una guapa bonaerense pensó en su inocencia el infeliz ,mientras que Serapio Robustiano sostenía al”guapo sobrinín de Álvaro”, a Gaspar Serapio Marcelo Rodríguez Donadio.

-¡Traé, que el nene bese a su tío!, y la guapa rubia, tomando al bebé de los brazos del padre, lo acercó a la cara de José Manuel en un gesto que más recordaba el”pasar por el santo” de los devotos en las iglesias y en las ermitas, para que restregando por la estatua del santo, un José Manuel cualquiera ,las ropas, las rosquillas, las flores, los anillos, las cartas recibidas o por enviar ,las fotos de los deudos ausentes o con problemas, etc, la desgracia se alejase y la salud, la riqueza, la paz y la alegría se hiciesen presentes.

Muchos años después, José Manuel se preguntaría si su actitud de entonces no sería la habitual de los santos: ¡no enterarse de nada!.

¡No es el santo, es la fe!, era la máxima del Padre Prado para zanjar toda discusión sobre aquella mezcla de religiosidad, superstición y desespero.

José Manuel sí que se espabiló, todos se callaron, y hasta su madre y sus hermanas dejaron de chillar ,Álvaro y Plácido de conspirar y Panizo y Lino de asentir lo que hablaban los dos Temprano, cuando la guapa  cuñada dijo:! Eh, ustedes dos ,Hilda y Luisa, vengan acá para que los nenes besen a su abuelo!.

¿Besar al abuelo?¿Un bebé de meses y dos  no nacidos?

Cosas de locos, de una loca argentina, pensaron muchos, pero nadie dijo nada.

José Manuel recordó un poquito por encima  “la nube negra” que había sobrevolado la Reguera de En medio, en la lejana narración de su aterrorizada madre.

Ermelinda miraba con ojos abiertos, como de espanto, pero secos de lágrimas, a sus dos hijas preñadas acercarse hasta el féretro, junto al cual Mabel maniobraba para que la manita de su bebé acariciase la frente y la cara de un Gaspar que  parecía sonreír.

-¡Ay, padre, ¿por qué vos nos habéis hecho esto, que mi nene no le verá?, gritó una tripona Hilda, próxima a parir el primer nieto de la raza maldita.

-¡Díselo tú ,padrino!!Que se lo pregunten al hijo de puta de Crispín!, y el vozarrón de Justo no pudo disimular sus fuertes sollozos.

¡Cálmate, hijo, por favor, que ya nada se puede hacer!, terció María para que la situación no se desbordase.

Nada ni nadie se desbordaría: el miedo al ritual iniciado por Mabel era más poderoso que el miedo al espía de turno, al adicto violento, a todos los Eulalios, Crispines, Faustos o Layones habidos y por haber.

-¡Ay, papá, que nos quedemos solitos en este mundo! ,gritó, histérica, Luisina, en su tercer mes de embarazo.

-¡Cállense, y déjenme hacer!, ordenó  la mujer de Serapio, el cual sostenía otra vez al ya llamado Gasparín.

Las maniobras de Mabel consiguieron que las  seis manos, las suyas más la de sus cuñadas ,pusiesen en conexión las  barrigas que alojaban a ”los nasciturus” con la cara del difunto.

¡Gaspar, lleváte para la eternidad el cariño de tus tres nietos, que te lo merecés!.!Y descansá en paz!, y las palabras de Mabel sonaron a una especie de Requiescat in pace laico o de una extraña religión, según se mirase, según quien lo contemplase.

A partir de ese momento ,se desató de nuevo el histerismo en la casa: madre e hijas volvieron a sus lamentaciones ,la familia benefactora a querer ayudar, lo que no resultaba ya fácil como había sido siempre hasta entonces, Álvaro y Plácido a conspirar ,los suegros y el tío abuelo de Luisina a tomar definitiva posesión de la casa, y Serapio, con Gasparín en brazos, a seguir como un perrito faldero a la hermosa sudamericana que  imponía el silencio y atraía las miradas al ir de un sitio a otro visitando a los presentes por grupos, aquí Pablo, Leonardo y Saturnino ,allí Sonsoles y las demás plañideras,más alejados los jóvenes, José Manuel, Justo, y Valentín, el hijo del Vistor, que se había acercado a dar el pésame.

-¡Jóvenes, anímense, que la vida es sólo un segmento del gran círculo existencial!, exclamó Mabel después de cumplimentar a los tres púberes.

-¡Es triste la situación, pero tu cuñada es muy guapa, las cosas como son!, dijo Justo.

¡SÍ, pero…….!,y a José Manuel le brotaron las lágrimas.

-¡Venga, ánimo ,recuerda lo que nos enseñaron en el Postulantado sobre la vida eterna! ,susurró Valentín en plan frailuno a la vez que abrazaba al desconsolado huérfano.

Al socaire de las conversaciones habituales entre los alumnos de los conventos sobre deporte, asignaturas estudiadas y vida religiosa, Valentín había tratado de traer consuelo divino a José Manuel, pero  éste también se sentía tocado por la referencia a su cuñada por parte de Justo, y aunque el tema de las mujeres estaba vedado a los futuros sacerdotes, la imaginación fértil y necesitada de contrapeso emocional del reciente huérfano ,le  impulsaba a hacer una pregunta que de momento no haría, porque tanto su innata timidez como lo trágico del momento caían sobre él como una losa.

Pero mientras las voces aumentaban a ritmo exponencial, su madre y sus hermanas gritaban hasta la extenuación, las cotillas y plañideras intercambiaban funciones, los hombres charlaban como en el mercado ,y Justo y Valentín  se aprestaban a despedirse ,José Manuel recordó unas palabras del Padre Prado.

“¡Muchachos, no queráis entrar en el tema de la concepción humana!.!Os lo digo yo, que soy de vocación tardía, y tuve novias, y fui pecador!.!Imaginad que una nube repentina ocultó a vuestros padres mientras rezaban, arrodillados, para que vosotros nacieseis!.!Y cuando se fue la nube, ya estabais vosotros en el vientre de vuestra madre! ¡Pensar diferente, es pensar en malas mujeres!, concluyó Fray Prado.
-¡Sí, es pensar en putas!, matizó Fray Tom, el lego loco que también andaba por allí.

A José Manuel le hubiese gustado preguntar a su cuñada si ella y Serapio habían sido tapados por la nube mientras rezaban para engendrar a Gasparín, o por el contrario había sido puta, adjetivo que no dudaba en aplicar a sus hermanas ,que se habían dejado empreñar por dos malhechores y deshonrado a la familia, o eso creía él.

Pero no pasaron de pensamientos y creencias, porque justo  cuando los chillidos de la enferma y de las grávidas comenzaban a poner los pelos de punta a más de uno, el rugir del Scooter de Pepe el Practicante camino del galpón arriba, cambió por completo la situación.

¡Bueno, ahora cada mochuelo a su olivo!, aprovechó Álvaro para ir deshaciéndose de la gente y seguir con su incansable toma de posesión de La Reguera.






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