José Manuel con templó absorto a través de los cristales de
la ventana cómo de los vehículos iban al fin descendiendo los pasajeros, y a ellos se acercaba la marabunta
de los asistentes al velatorio, encabezados por Sonsoles, para dar besos,
abrazos, pésames, y poner en marcha la falsedad, la hipocresía y el histerismo
forzado de las plañideras de ocasión.
Álvaro, Panizo y Lino,
tranquilamente ,se ocupaban de los equipajes que yacían sobre la hierba
ligeramente humedecida por el rocío de la madrugada estival.
“-¡Ay, Dios mío, Gaspar, que nuestros hijos ya no te
volverán a ver!.!No te volveremos a ver!.¿Por qué no le dijiste a los guardias
que tú eras de Franco? ,gritó Ermelinda , a la que el irrespetuoso guirigay
había despertado de su provocada anestesia.
-¡Ay, papá, mamá, hermaninos,qué pena, qué desgracia, que mi
nenín ya no verá a su abuelo vivo!,se lamentó Luisina, también espabilada por el guirigay.
¡Ni a su abuelo ni a su abuela maternos, pero siempre quedan
Los Tempranos! ,masculló entre irónico y risueño el maldito y futuro
controlador de La Reguera, con asentimiento de cabeza por parte de Panizo y de
Lino.
José Manuel se decidió al fin a incorporarse al pequeño
grupo que al lado del féretro iría recibiendo a “Los Argentinos”.
María, Saturnino y Justo, milagrosamente, acababan de
llegar, y eran ellos los únicos que servían de apoyo físico y moral para
Ermelinda y Luisina, porque el resto de
los asistentes al velatorio estaban
saludando a los recién llegados.
José Manuel, muy en su mundo, sólo se dio cuenta de que ya
estaban allí sus hermanos y cuñados cuando se desató la histeria colectiva y su
madre y sus hermanas, abrazadas y llorosas, se lamentaban una y mil veces de la
desgracia que les había sobrevenido.
-¡La verdad es que ese hijo de puta de Crispín, maldito
cazurro, buena la ha liado!, gritó bien alto Justo, provocando el que muchos,
asustados, girasen la vista hacia él
-¡Calla, hijo, que no es el momento!, tranquilizó María la
situación..
Hubo besos, abrazos, apretones, lamentos para dar y tomar, y
José Manuel se limitó estáticamente, como si fuese la estatua de un santo de
gran veneración, sin pretenderlo ,a dejarse besar, abrazar y apretar, mientras
que su pensamiento volaba por otros espacios.
-¡Así que vos sós mi cuñado José Manuel!, y el adolescente
se dejó besar en las ruborizadas mejillas por Mabel Donadio Elsner, una guapa
bonaerense pensó en su inocencia el infeliz ,mientras que Serapio Robustiano
sostenía al”guapo sobrinín de Álvaro”, a Gaspar Serapio Marcelo Rodríguez
Donadio.
-¡Traé, que el nene bese a su tío!, y la guapa rubia,
tomando al bebé de los brazos del padre, lo acercó a la cara de José Manuel en
un gesto que más recordaba el”pasar por el santo” de los devotos en las
iglesias y en las ermitas, para que restregando por la estatua del santo, un
José Manuel cualquiera ,las ropas, las rosquillas, las flores, los anillos, las
cartas recibidas o por enviar ,las fotos de los deudos ausentes o con
problemas, etc, la desgracia se alejase y la salud, la riqueza, la paz y la
alegría se hiciesen presentes.
Muchos años después, José Manuel se preguntaría si su
actitud de entonces no sería la habitual de los santos: ¡no enterarse de nada!.
¡No es el santo, es la fe!, era la máxima del Padre Prado
para zanjar toda discusión sobre aquella mezcla de religiosidad, superstición y
desespero.
José Manuel sí que se espabiló, todos se callaron, y hasta
su madre y sus hermanas dejaron de chillar ,Álvaro y Plácido de conspirar y
Panizo y Lino de asentir lo que hablaban los dos Temprano, cuando la guapa cuñada dijo:! Eh, ustedes dos ,Hilda y Luisa,
vengan acá para que los nenes besen a su abuelo!.
¿Besar al abuelo?¿Un bebé de meses y dos no nacidos?
Cosas de locos, de una loca argentina, pensaron muchos, pero
nadie dijo nada.
José Manuel recordó un poquito por encima “la nube negra” que había sobrevolado la
Reguera de En medio, en la lejana narración de su aterrorizada madre.
Ermelinda miraba con ojos abiertos, como de espanto, pero
secos de lágrimas, a sus dos hijas preñadas acercarse hasta el féretro, junto
al cual Mabel maniobraba para que la manita de su bebé acariciase la frente y
la cara de un Gaspar que parecía
sonreír.
-¡Ay, padre, ¿por qué vos nos habéis hecho esto, que mi nene
no le verá?, gritó una tripona Hilda, próxima a parir el primer nieto de la
raza maldita.
-¡Díselo tú ,padrino!!Que se lo pregunten al hijo de puta de
Crispín!, y el vozarrón de Justo no pudo disimular sus fuertes sollozos.
¡Cálmate, hijo, por favor, que ya nada se puede hacer!, terció
María para que la situación no se desbordase.
Nada ni nadie se desbordaría: el miedo al ritual iniciado
por Mabel era más poderoso que el miedo al espía de turno, al adicto violento,
a todos los Eulalios, Crispines, Faustos o Layones habidos y por haber.
-¡Ay, papá, que nos quedemos solitos en este mundo! ,gritó,
histérica, Luisina, en su tercer mes de embarazo.
-¡Cállense, y déjenme hacer!, ordenó la mujer de Serapio, el cual sostenía otra
vez al ya llamado Gasparín.
Las maniobras de Mabel consiguieron que las seis manos, las suyas más la de sus cuñadas
,pusiesen en conexión las barrigas que
alojaban a ”los nasciturus” con la cara del difunto.
¡Gaspar, lleváte para la eternidad el cariño de tus tres
nietos, que te lo merecés!.!Y descansá en paz!, y las palabras de Mabel sonaron
a una especie de Requiescat in pace laico o de una extraña religión, según se
mirase, según quien lo contemplase.
A partir de ese momento ,se desató de nuevo el histerismo en
la casa: madre e hijas volvieron a sus lamentaciones ,la familia benefactora a
querer ayudar, lo que no resultaba ya fácil como había sido siempre hasta
entonces, Álvaro y Plácido a conspirar ,los suegros y el tío abuelo de Luisina
a tomar definitiva posesión de la casa, y Serapio, con Gasparín en brazos, a
seguir como un perrito faldero a la hermosa sudamericana que imponía el silencio y atraía las miradas al
ir de un sitio a otro visitando a los presentes por grupos, aquí Pablo,
Leonardo y Saturnino ,allí Sonsoles y las demás plañideras,más alejados los
jóvenes, José Manuel, Justo, y Valentín, el hijo del Vistor, que se había
acercado a dar el pésame.
-¡Jóvenes, anímense, que la vida es sólo un segmento del
gran círculo existencial!, exclamó Mabel después de cumplimentar a los tres
púberes.
-¡Es triste la situación, pero tu cuñada es muy guapa, las
cosas como son!, dijo Justo.
¡SÍ, pero…….!,y a José Manuel le brotaron las lágrimas.
-¡Venga, ánimo ,recuerda lo que nos enseñaron en el
Postulantado sobre la vida eterna! ,susurró Valentín en plan frailuno a la vez
que abrazaba al desconsolado huérfano.
Al socaire de las conversaciones habituales entre los
alumnos de los conventos sobre deporte, asignaturas estudiadas y vida
religiosa, Valentín había tratado de traer consuelo divino a José Manuel, pero éste también se sentía tocado por la
referencia a su cuñada por parte de Justo, y aunque el tema de las mujeres
estaba vedado a los futuros sacerdotes, la imaginación fértil y necesitada de
contrapeso emocional del reciente huérfano ,le
impulsaba a hacer una pregunta que de momento no haría, porque tanto su
innata timidez como lo trágico del momento caían sobre él como una losa.
Pero mientras las voces aumentaban a ritmo exponencial, su
madre y sus hermanas gritaban hasta la extenuación, las cotillas y plañideras
intercambiaban funciones, los hombres charlaban como en el mercado ,y Justo y
Valentín se aprestaban a despedirse
,José Manuel recordó unas palabras del Padre Prado.
“¡Muchachos, no queráis entrar en el tema de la concepción
humana!.!Os lo digo yo, que soy de vocación tardía, y tuve novias, y fui
pecador!.!Imaginad que una nube repentina ocultó a vuestros padres mientras
rezaban, arrodillados, para que vosotros nacieseis!.!Y cuando se fue la nube,
ya estabais vosotros en el vientre de vuestra madre! ¡Pensar diferente, es
pensar en malas mujeres!, concluyó Fray Prado.
-¡Sí, es pensar en putas!, matizó Fray Tom, el lego loco que
también andaba por allí.
A José Manuel le hubiese gustado preguntar a su cuñada si
ella y Serapio habían sido tapados por la nube mientras rezaban para engendrar
a Gasparín, o por el contrario había sido puta, adjetivo que no dudaba en
aplicar a sus hermanas ,que se habían dejado empreñar por dos malhechores y
deshonrado a la familia, o eso creía él.
Pero no pasaron de pensamientos y creencias, porque justo cuando los chillidos de la enferma y de las
grávidas comenzaban a poner los pelos de punta a más de uno, el rugir del
Scooter de Pepe el Practicante camino del galpón arriba, cambió por completo la
situación.
¡Bueno, ahora cada mochuelo a su olivo!, aprovechó Álvaro
para ir deshaciéndose de la gente y seguir con su incansable toma de posesión
de La Reguera.
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