viernes, 30 de octubre de 2015

CINCO PÁGINAS DE LA REGUERA


¡Cuánto habla esta Ramona!. ¡Como todas las pescaderas!.
Sonsoles sí que era incapaz de callarse.
-“Bueno. Ella quiere ayudar, y se agradece”, apostilló María.
“¡Ramona sabe bien lo que ocurre!. ¡ Vaya si lo sabe!. ¡Yo lo sabré pronto!.
¡Gaspar, Gaspar, qué solo dejaremos a este infeliz!”. Y Ermelinda apretó  con una fuerza inexplicable la muñeca de José Manuel, que se había sentado junto a ella en el borde de la cama.
La moribunda quería fortalecer al joven, quería aferrarse a la vida del joven.
La lucha de la que había hablado Ramona.
Pero José Manuel se estaba partiendo en dos: externamente, se mostraba con aplomo, aunque no pudiese disimular las lágrimas y el nerviosismo, trataba de ser un consuelo para su pobre madre.
Pero internamente se estaba convirtiendo, mejor adaptando, a lo que realmente era:   UN NIÑO MUERTO VIVIENTE.
Tardaría años en conocer su propio yo, su propia realidad: ser engendrado para sustituir a otro José Manuel, muerto doce años antes, y del que llevaba el nombre, tan vulgar, por partida doble.
Pero esa condición de NIÑO MUERTO VIVIENTE  la tuvo quizá por cuarenta años, desde el día en que nació hasta que las circunstancias le espabilaron y decidió dar un cambio a su vida.
A  lo mejor, esa condición de CADÁVER VIVIENTE  fue la que le permitió superar con entereza aquellas difíciles semanas de mil novecientos sesenta  y tres, justo cuando la muerte del Santo Papa  Juan XXIII.
-“!Hay que afrontar la situación!.!Me da una pena enorme!.!Amigos como Gaspar quedan pocos!”, aseveró Saturnino de La Helechosa , el marido de María Jovita, nada más llegar.
A Saturnino le acompañaba  Justo, ahijado de Gaspar y de Ermelinda. Además de Paco  Y de Justo, el matrimonio había tenido otros dos varones y dos hembras. La amistad de las familias era muy sólida y  por eso Saturnino tomaba las riendas de la situación.
-¿Cómo te enteraste?, le preguntó Paco.
-“Me lo dijo Avelino el Carretero”.
¡Imposible que hayas podido hablar con él!.!Porque  sólo dejé de verle desde que salió para La Navas hasta que estuvo de vuelta, cinco minutos después de que Cubanín trajese al médico y a los guardias!.
¡Pues a mí me lo dijo delante de la bodega!.!Vino a pedir la llave del galpón para sacar una  chaqueta por si la noche refrescaba!!Tenía órdenes del jefe para venir a alumbrar con los faros al médico y al juez, y por si la carroceta servía para transportar al pobre difunto…….!, y a Saturnino le cayeron las lágrimas al nombrar a su amigo.
Avelino era la admiración de todos  en aquel mundo de aldeanos lentos: durante una década había sido carretero de Casa Diógenes; luego, enfadado por un asunto amoroso-parece que “cucaba” a la hermana del jefe, según Sonsoles-se fue a Caracas , y allí al año ya era taxista, y después de un lustro, cuando regresó, cansado de atracos y de violencia, hizo las paces con Diógenes, que acababa de comprar una carroceta, un diminuto camión todo terreno, y  que selló la paz ofreciéndole sustituir la antigua aguijada de boyero por los mandos del vehículo de importación. De ahí que unos le apodasen El Carretero y otros El Carroceto.
Cuando regresaba de  Porto, donde había descargado tabla de roble  en el astillero de Los Fineses, se detuvo a ver lo que ocurría en la escena del crimen-sí, era un crimen, porque  siempre lo es un  guantazo injusto, bueno, cualquier guantazo, y más si lleva a la muerte-y Paco le pidió ayuda.
Él se prestó  de buena gana, y también apenado, porque guardaba buena relación con Gaspar.
Locura de taxista caraqueño: desde el Alto de la Poza, a un kilómetro de La Reguera, hasta Las Navas, cinco kilómetros de pendiente a punto muerto, en aquella carretera infernal, adelantó  a Silvino el Marinero en su Ducati nueva y a Tuto el  de La Tahona en su viejo pero rápido Ford, una moto y un coche, los únicos vehículos que se encontró  bajando, como si del mismísimo Juan Manuel Fangio se tratase.
En pocos minutos, ya los civiles y el médico subían con  Cubanín en el taxi, y Avelino, detrás de ellos, se detuvo en La Revuelta para  informar a su jefe Diógenes-el rico solterón dormía alejado de sus dos negocios de La Helechosa y de San Miguel-que raudo acudió a ponerse al servicio de la familia de Gaspar, su buen amigo.
¡Y tú vas con la carroceta, para que los faros aporten claridad a la escena del crimen…!, ordenó Diógenes, poniendo énfasis en la palabra crimen.
Sin duda, era un crimen en toda la regla, pero Crispín a esas horas soñaba con los angelitos y no con las oraciones de ánimas de su abuela.
Avelino ,poco después de La Revuelta, tomó el camino de herradura a La Helechosa, recogió la chaqueta e informó a Saturnino, y cinco minutos después de la llegada de Cubanín ya estaba la carroceta iluminando con los faros  aquel paraje del Castañal , escenario de uno de los muchos crímenes cometidos en nombre de Dios y de la Patria.
De ahí que cuando Paco, en una de las bajadas que hizo desde el galpón hasta el monte, encontró a  Avelino de regreso, creyese que no había pasado por La Helechosa, como aseveraba Saturnino.
¡Me cago en todo lo habido y por haber ! Justo  expresó con una blasfemia la mezcla de dolor y de indignación que le producía la muerte de su padrino.

¡Si se me pusiese ahora delante el hijo de puta de Crispín, de la patada que le arrearía en los cojones, le ponía en órbita!!Grandísimo maricón!!Grandísimo hijo de puta!, y el joven grandullón, pero a sus quince años casi un niño, estalló en sollozos.
¡Hijo, calla por Dios!. María sintió a su hijo, y para evitar males mayores, acudió a calmarle.
¡Ya no se resuelve nada!!Encima, las paredes oyen, y hay muchos chivatos……!!Tiene razón mamá!, y las palabras de Paco atrajeron más de una mirada  dizque aludida.
¡Mejor ayudas a papá a despachar el ganado!!Así os tranquilizáis y os mentalizáis antes de bajar al monte!.!Y  tu padrino, desde donde esté, os lo agradecerá! ¡Ya sabes lo que él quería a sus animales!.!Quizá por ello encontró la muerte!, y Paco a duras penas contuvo las lágrimas.
Ni Paco, ni Justo, ni Saturnino con su buena voluntad, pudieron ya proponer o disponer mucho, porque a los guardias y al médico que ya estaban allí, a Don Francisco el párroco de San Miguel, traído por  Diógenes antes de volver de Serandi con una llorosa y abatida Luisa Sofía, la más joven de las hermanas de José Manuel, se sumó como un terremoto, como un tornado destructivo y destructor, el yerno del difunto, que sin más dilación tomó el mando en plaza.
Según Diógenes comentó  pasado algún tiempo , cuando el maderista llegó con su biplaza manivelo a Serandi, a Casa de Los Temprano-Los Soprano les llamarían años después, cosas del cine y de la televisión-al presentarse en la puerta del establo para dar la triste noticia, Álvaro, el yerno de Gaspar, quizá enfadado porque se le interrumpiese en su faena, ya que sus muchas vacas exigían continuos cuidados, gritó algo así como:!Menos mal ,Diógenes!.!Ya ha caído un árbol de  los tres que tiene ese maldito bosque!.!Ojalá caigan pronto los otros dos y podamos hacer un prado como es debido!,  y ni se inmutó al oír los alaridos de su embarazada mujer .Llevaban un año de casados, y Gaspar nunca vería en este mundo a ninguno de sus nietos.

Álvaro llegó en su gigantesco tractor, remolque  con tracción a las cuatro ruedas incluido, en vez de utilizar su moto Lube Ren, la que usaba cuando venía a ver a su novia, o alguno de los tractores más pequeños que tenía en casa. Por no decir el Old Rambler,  un lujoso haiga que le había regalado su tío materno, solterón, Kaseíto, es decir, Acacio,a cambio de que le pasease cuando venía de vacaciones desde Nueva York cada tres años.
¡Lo mejor es el  tractor grande!!Gasta menos que el haiga y no se echa atrás ante la nieve, el hielo o los barrizales!.!En directa, va rápido como un coche!.!Y si hay que cargar algo pues se carga…y ya está!, explicaba el cuñado y más bien enemigo de José Manuel.
Acaparar era algo que casaba con la filosofía de Los Soprano, digo de Los Temprano(s), y  el joven marido de la grávida hermana de José Manuel era el representante más próximo y más genuino.
¡Si me ayudáis, cargamos a este desgraciado en el remolque y lo subimos para el salón de casa! ,medió ordenó Álvaro de forma imprudente.
¡Oiga, ni se le ocurra!, ordenó Eulalio.
Eulalio se había quedado con Don José, el médico, y con Don Francisco, el cura, mientras que el  Sargento Luis Ramos, el comandante de puesto, había ido con Cubanín a Brañagrande, a por el teniente jefe de línea y el juez de distrito.
¡Borriquín ,borriquín!, dijo el sacerdote, utilizando una expresión suya muy habitual,!que el pobrín de Gaspar desde allá arriba, pero a lo mejor aún desde aquí, te está oyendo!
¡Sí, a buenas horas!, masculló el de Serandi.
Justo comentó también años después: ¡me estremecí porque tuve la sensación de que mi padrino sacaba media cabeza por entre las dos mantas con que le habían tapado, y de paso que me guiñaba a mí un ojo con complicidad, miraba con rabia a su yerno!.!Es una sensación que, aunque atenuada poco a poco, permanecerá conmigo para siempre!.
Don José, casi siempre adusto, agresivo, bipolar, no pudo por menos que esbozar una sonrisa por el contraste de las expresiones utilizadas por  el guardia, el yerno y el cura.
Don José Gómez  Aróstegui ,médico generalista, dentista, oftalmólogo, y forense comarcal, era un todo terreno de la medicina, y más de un meapilas conservador dio por buenas las aventuras extraconyugales del galeno a cambio de  librar a los enfermos del correspondiente criticador de tener que ser hospitalizados en la ciudad.
Y en casos de suicidio ,mínimo dos o tres al año en la zona, y de accidentes mortales,  la buena disposición del forense, evitaba a la familia la sensación de ultraje que suponía una autopsia con la apertura y desmembración del cadáver del deudo.
Don José  certificaba sin más la defunción.
Si Eulalio había frenado en seco a Álvaro, al que quizá la presencia del médico, del cadáver, o del cura, había librado de un buen guantazo, la cosa estuvo a punto de estallar cuando llegó Cubanín con el juez de distrito y con el teniente jefe de línea , acompañados del Sargento Ramos.
Ponciano Pastrana, teniente de línea, Don Ponciano Pastrana para los que le preguntasen ,palentino chuleta, nervioso ante el lenguaje dicharachero de Don Francisco-eso del ¡Borriquín , borriquín!, le ofendía de verdad-estaba a punto de estallar y de poner firmes al cura, cuando el Sargento Ramos, inteligentemente, supo resolver la situación.
¡Ya sabe usted, PATER, que yo a la familia de Gaspar siempre la quise mucho, y me da tanta pena!, y el rostro del Suboficial se cubrió de unas lágrimas que avergonzaron a Eulalio, que empezaba a sentirse culpable por no haber reprendido a Crispín, y que   desconcertaron al Teniente.
En otras circunstancias, quizá Pastrana  abriría expediente a  Ramos, por implicarse en exceso en la situación, pero ahora todo sería diferente, y a mejor, incluso para el pobre difunto, que se libraría de ser descuartizado.
-“¡Sí, borriquinos- al Teniente la adrenalina le afloraba por doquier-yo también quería mucho a Gaspar, porque fuimos compañeros de escondite más de una vez.!
¡Me da mucha pena todo lo ocurrido con él, que, aunque algo voceras y mal hablado, era un cacho de pan!.! Y un cristiano y un español de los que hay pocos!.!Y sabiendo perdonar a los enemigos!
¡Porque lo que querían hacernos a los curas, por ser curas, o a él por intentar reincorporarse al cuartel de Estella, en la zona nacional, era terrible!.! Terrible, porque querían fusilarnos!!Y porque los verdugos eran de familias amigas suyas y mías!.
¡Sí!. ¡Esos borriquinos  antiguos alumnos del convento de Las Navas!.!Fernandín, Somedano, Recaredo, Justo y compañía!
¡Pido a Dios que los perdone, porque no sabían lo que hacían!
¡Y que esos santos que son los frailes enterrados en el mausoleo martirial de La Revuelta, también los perdonen!
¡Si el Padre Gómez quería a Fernandín como a un hijo!.!Ay, esos comunistas malos, que también los hay buenos…..!.”
-¿Qué quiere decirnos usted de importante, Señor Cura?, preguntó Pastrana entre  escéptico y cabreado.
¡Mira, Teniente!.!Este borriquín de cura era también teniente  cuando lo buscaban los rojos!
Pastrana  empezó a engullir su mala bilis.
-“Cuando volví de La Argentina, donde fui misionero quince años, me incorporé como Alférez Pater en Zaragoza, y a los tres años ascendí a Teniente. Pero a los dos años pedí pasar a la reserva, y me incorporé a la parroquia de mi aldea natal, de San Miguel .Y sólo la dejé, a cargo de mi buen Feliciano, el cura de La Revuelta, que en paz descanse, durante los tres años de La Cruzada. Al final de la guerra, y antes de volver a ser lo que soy, cura de pueblo, recibí la tercera estrella, la de Capitán Páter, aunque sólo ejercí por dos meses!”
¡A sus órdenes, mi Capitán!
El taconazo al ponerse firmes de Pastrana, fue emulado por los dos guardias civiles.
“¡Borriquinos, borriquinos!!Nada de firmes!!Aquí el único que merece el saludo es Gaspar, aun que no pasase de Sargento, y no exigiera sus derechos después de la guerra!!A lo mejor por eso le tocó morir antes de tiempo!.!Pero él era libre como el viento!!Y muy independiente!!Aguantaba en Caballería porque a aquella cuadra los jefes y oficiales no iban más de una vez por semana, un Alférez Veterinario de Complemento solía dar las novedades, o en su defecto el Brigada Rivadulla, ya casi a punto de pasar a la reserva, y que quería a Gaspar como a un hijo!.
¡Gaspar disfrutaba con los caballos, los mulos y los asnos!
¡Pero eran otros tiempos!. ¡Ahora, con los carros de combate no aguantaría ni media hora!
¡Y luego estaba Ermelinda, que nació para cuidar vacas, no para señorita de ciudad!
¡Pobrina!. ¡Qué pena me da!.!Qué pena me dan los dos!
¡Que el Señor les acoja en su seno, que bien se lo merecen!
¡Y que ayude al pobre José Manuel!
¡Y a tu mujer, a la pobre Luisina, borriquín!, dijo el cura, mirando a Álvaro, que puso cara de perdonavidas.
Pastrana dejó el mal humor, la prepotencia y la chulería impropias de un  campoterrino, de una comarca católica y noble y castellana a carta cabal ,sorprendido porque debajo de las sotanas del anciano sacerdote grandullón y voceras, se escondiese un  capitán que podría cuadrarle en cualquier momento.
Pero el Teniente no  quería renunciar a la ocasión de hacer méritos ante los superiores,  implicando a lo que aún era un esbozo  de Policía Científica de la Guardia Civil.
Así que se arriesgó, y dirigiéndose al médico y al juez, dijo:” Creo que convendría llevar el cadáver al Instituto Anatómico Provincial, y que mis compañeros de” La Científica” juzguen si hay indicios de criminalidad, de factores externos, o si se trata simplemente de un suicidio”.
¡Sí, hay uno!,  masculló Justo  en voz baja, reprendido enseguida por su padre y por su hermano.
¡El hijo de puta de Crispín”, no pudo contenerse, menos mal que en voz baja, el ahijado de Gaspar.
El médico  y el  juez miraron, consternados, al sacerdote, que dijo:
¡Borriquin!, Borriquín!, ¡Gaspar puso fin a su vida en un arrebato de orgullo!!Estoy seguro de que hasta Somedano o Justo llorarán por él!.!Así que como capitán  y como cura, creo que hay que llevarle a su casa, y que allí espere para darle cristiana sepultura!.
Pastrana se cuadró:
¡A la orden, mi Capitán!.!Usted decide, pero……..!, y miró a Don Alfonso y a Don José, con la cara de aquel sargento portugués que al recluta amnistiado le reconvenía con aquello de:Pr’o ano cá te espero. Deixa que xá, que dicen en Lugo.Para la próxima, me la pagaréis doble.
Y es que Pastrana se sentía doblemente defraudado.
La presencia de un superior jerárquico en cubierto, Don Francisco, le impedía poner en práctica el consejo de su padre, también guardia civil, ascendido a capitán tres meses antes que su hijo a teniente: “hijo mío, recuerda que después de la Cruzada todos somos soldados del Régimen, o enemigos, y por tanto prisioneros, aunque de momento anden libres”.
“La mayoría de los hombres son soldados o cabos, puede que haya algún suboficial mutilado, a algún alférez de complemento, pero a esos ya se les distingue”
Remigio Pastrana no cayó en la cuenta de que  algunos curas habían sido capellanes castrenses, con una graduación mínima de teniente.
La autosuficiencia del joven oficial, le impedía hacer valoraciones sobre  qué equivalente podría tener a efectos militares un representante destacado del régimen: juez, alcalde, delegado del sindicato vertical, registrador de la propiedad, etc, aunque no hubiese ido a la mili o su graduación no pasase de la de un cabo primero de remplazo
Para él, el médico sería a lo sumo alférez. Al igual que Alfonsín,abogado, al que el poderío de su familia, Los Penereiros, le permitió, pese a su falta de marcialidad,obtener la graduación de álferez en las milicias universitarias.
El abuelo de Alfonsín , Camilo Férnández –Armesto, había llegado a Brañagrande”detrás da roda”, como decían en A Fonsagrada de los afilladores y cedaceros ambulantes, y  compensando su humildad de cuna con una gran dosis de inteligencia social y práctica, aparte una buena presencia física, conquistó a Felicita Argüelles, hija única del rico indiano Don Luis Argüelles, y de su mujer,doña Leonor Ferreiro, propietarios de numerosas fincas y negocios en Brañagrande y comarca.
Los hermanos de Alfonsín, dos médicos, un farmacéutico, y una profesora,todos con envidiable situación,cedieron al tímido abogado el control del Gran Comercio, que así se llamaba  la matriz de todos los negocios familiares,la mezcla de bazar, ultramarinos, ferretería, mercería,almacen de piensos, mueblería, etc, vamos, de productos de todo tipo, en que se había convertido el humilde puesto de afilador, vaciador, cacharrero, y cedacero del abuelo Camilo.
Y se buscó la fórmula para que el tímido abogado no se sintiese  a disgusto, vendiendo zapatos, cuchillos,medias, bragas, etc,y para que sacase  al menos satisfacción, ya que no provecho económico, que tampoco lo precisaba, de su formación superior universitaria.
Alfonsín era el juez de paz, y el encargado del Registro Civil de Brañagrande y su partido.Y por uno de las continuas ofensas a que los millonarios de Las Brañas, todos con poder político desde siempre, sometían a Brañagrande, quizá porque era más “grande” que una simple braña, Alfonsín terminó siendo Juez de Distrito Accidental de Brañagrande, mientras el Juez de  Instrucción no consiguiese un titular por la forma reglamentaria.
Brañagrande pasaba  a pertenecer al Gran Juzgado de Instrucción de Las Brañas, después de que por siglos desde su Palacio de la Audiencia, se impartiese justicia  no sólo para Brañagrande, sino también para  Las Vegas Pravianas y Mosconas, para Los Altos de Somiedo y Leitariegos, para Los Oscos, Y, por supuesto, para la ahora intocable nueva ciudad de Las Brañas.
¡Vete a que Don Alfonso , el Juez de Distrito, te firme las partidas de nacimientos de  tus hijos!, ordenó con malos modos la empleada a Gaspar, cuando acompañado de José M anuel, acudió a  pedir papeles para enviárselos a sus hijos mayores en La Argentina.
Gaspar iba a abrir la boca, cuando Florentino el alguacil, allí presente, se lo explicó en pocas palabras:”!Sí, hombre, Alfonsín el Penereiro!
José Manuel recordaría siempre el cambio de actitud del hombre que esperaba a los paisanos para venderles guadañas, hoces,cuchillos,zapatos, etc, y al que había visto muchas veces, siempre con corbata, impropio, creía el joven, de un ferretero, y mirando al mundo con una mezcla de curiosidad y de timidez-ah, esa timidez, pero Alfonsín al menos era rico-detrás de unas gafitas redondas, sujetas al cuello con una cadenita dorada.
¿Qué deseaban?, dijo nada más  ver el fajo de documentos que Gaspar llevaba en la mano, quizá lamentando una venta fallida pero congratulándose de ejercer como Don Alfonso por una vez en ese día.
¿Así que  Hilda y Serapio Robustiano?, preguntó, quizá por formalidad no exenta de interés por aquellos nombres, mientras rubricaba con lentitud las partidas.
¿Se debe algo, Don Alfonso?, preguntó Gaspar.
¡Si, volver, pero a hacerme alguna compra, que tengo aquí buena mercancía!
Por un sí o por un no, una guadaña nueva se unió a la colección que Gaspar tenía  para los diferentes usos.
Era a ese Alfonsín al que Pastrana quería puentear, pero un cura gordo  le desbarató el intento de protagonismo.
Mientras, sugerencia del sacerdote,a  Gaspar lo subían en el coche de Cubanín hasta el galpón, Álvaro tuvo que quedar  iluminando  a los guardias y al juez  junto con Avelino .
Diógenes acercó al sacerdote a la casa del difunto, y al lado del Cubanín, en el coche fúnebre ocasional, iba Don José.
Cura y médico tenían almas y cuerpos que atender.
Al acercarse a la casa, rodeada de hombres y mujeres, hasta de niños, que entraban  y salían sin cesar,los alaridos de la joven embarazada  ponían los pelos de punta.
A Ermelinda y a José Manuel no se les oía ni siquiera respirar.
¡Pepe, estos borriquinos nos necesitan!, y por segunda vez en la triste noche, el de por sí hosco doctor volvió a sonreí.







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